"CAPITULO 16"
El desalojo de
campesinos era siempre un asunto delicado. Muchos nobles dejaban esa tarea en
manos de sus secretarios, pero para Tom eso era de cobardes y, por muy
desagradable que fuera el asunto, prefería hacerse cargo personalmente.
—El hombre está
enfermo. —Miró a su secretario, que estaba frente a él al otro lado del
escritorio—. Me niego a creer que no haya otra opción.
El señor Cox sólo
llevaba seis meses trabajando para Tom y aún no conocía todas las
excentricidades de su patrón, pero sí sabía que el duque valoraba la sinceridad
por encima de todo, así que respondió sin rodeos:
—Su señoría ya le
ha permitido estar un año sin pagar las rentas. Hace un año que no trabaja y,
como está en cama, tampoco podrá cosechar nada esta temporada. Si permite que
él y su familia se queden, creará un precedente.
—Señor Cox —le
interrumpió impaciente Tom—, estando tan enfermo tampoco podrá alimentar a su
media docena de hijos. No voy a echarle de su casa habiendo otras opciones.
Cox, como buen
secretario, le miró resignado.
—¿Qué desea que
haga?
—Su mujer tiene
salud. Dígale a la señora Pendergast que encuentre un trabajo para ella y para
su hija mayor en la lavandería. Trabajarán allí mientras él esté enfermo.
Encárguese también de buscar a algún vecino que se haga cargo de sus otros
hijos pequeños. Con eso bastará para pagar las rentas.
—Señor, el sueldo
de una lavandera no cubre…
—Ésas son mis
órdenes, señor Cox. Llévelas a cabo. Si dentro de quince días él sigue enfermo,
quiero que sus vecinos recojan su cosecha para que no se estropee. Como paga
les daré licor, seguro que así estarán más dispuestos a colaborar.
—Muy bien, señor.
Cox se levantó y se
fue. Tom se relajó, esperaba no volver a tener que hablar de desalojos hasta el
año siguiente. Miró por la ventana y vio que estaba lloviendo. Una lluvia como
ésa causaba estragos en las excavaciones. Entonces se acordó de cuando la
señorita Wade lanzó la espátula maldiciendo el fango inglés y le entraron ganas
de reír. No era nada propio de ella, pero tal como le había dicho, no era la
mujer tímida que él había imaginado. En realidad, estaba resultando ser
bastante más impredecible que eso.
Caminó hacia la
ventana para observar el exterior, y lo que vio le confirmó lo que estaba
pensando. Allí, de pie bajo la lluvia, sin sombrero y sin chubasquero estaba la
señorita Wade, con la cabeza hacia atrás con toda la lluvia cayéndole encima.
¿Qué estaba
haciendo fuera con aquel tiempo? Agosto había sido un mes cálido, pero en
septiembre las temperaturas ya habían bajado considerablemente. Si se quedaba
bajo semejante lluvia mucho más rato cogería un resfriado.
Tom se apartó de la
ventana y salió de su despacho. Algunos minutos más tarde, ya vestía un
impermeable y, como haría cualquier persona sensata, cogió un paraguas y fue a
buscarla.
Ella seguía en el
mismo sitio en que la había visto desde su despacho. Delante de una fuente,
entre dos macizos de flores y con la cabeza hacia atrás. No llevaba las gafas y
tenía los ojos cerrados. Estaba completamente quieta, con los brazos abiertos,
concentrada en sentir cómo la lluvia caía sobre su cara.
—¿Qué está haciendo
aquí fuera, señorita Wade? —preguntó.
Al oír su voz ella
abrió los ojos y lo miró.
—Hola. ¿Quiere
acompañarme?
—Dios, no. He
venido a buscarla.
Se acercó más a
ella y, con el paraguas, los cubrió a ambos. Estaba desconcertado por la
sonrisa de ella. No había nada de divertido en estar empapado por la lluvia de
una fría tarde de otoño.
—¿Pasa algo?
—preguntó ella.
Él no tuvo más
remedio que señalarle lo evidente.
—Está lloviendo y
usted está aquí fuera, mojándose.
—Ya lo sé —admitió ella, y luego, ante la sorpresa de Tom, empezó a
reír—. ¿No es maravilloso?
—Creo que se ha
vuelto loca, señorita Wade. Es lo único que se me ocurre para justificar su
comportamiento. —La cogió del brazo para intentar llevarla a la casa.
—No, no —se opuso
ella, soltándose—. No me he vuelto loca, se lo aseguro. Sólo quiero quedarme
aquí fuera un poco más.
—No lo dirá en
serio.
Ella afirmó con la
cabeza y dio un paso atrás para salir así de la protección del paraguas.
—Lo digo totalmente
en serio —le contestó mientras se mojaba. Tenía la ropa empapada y el pelo se
le pegaba a la cara—. Me encanta la lluvia. ¿A usted no?
—No, a mí no. Y a
usted tampoco. ¿No se acuerda de que ayer mismo estaba maldiciendo el barro
inglés?
Ella rió.
—Es la verdad. Odio
el fango porque dificulta mi trabajo, pero aun así me encanta la lluvia. Ya veo
que no lo entiende.
—Tiene razón, no lo
entiendo. Entre en la casa o cogerá un resfriado.
Él volvió a acercarse
para intentar que así el paraguas la protegiera, pero ella estaba decidida a
quedarse bajo el chaparrón, negando con la cabeza y retrocediendo cada vez que
él daba un paso hacia ella.
—De verdad, gracias
por preocuparse por mí, pero no quiero entrar, aún no.
Él seguía mirándola
serio, así que ___________ dejó de reír y aceptó la protección de su paraguas.
—Usted no lo
entiende —le dijo—. He pasado la mayor parte de mi vida en desiertos. Sólo
salía de ellos un par de meses al año para descansar en Nápoles o en Roma.
¿Sabe lo que es pasar nueve meses de inacabable calor y sequedad?
Él se cambió el
paraguas de mano y contestó:
—No, nunca he
estado en un desierto.
—El verano es tan
caluroso que cuesta respirar. Si se mira al horizonte se puede ver cómo se
mueve el aire caliente, y el calor reseca tanto la piel que ésta se tensa sobre
los huesos hasta doler. —Cerró los ojos y, con los dedos mojados, se acarició
las mejillas—. Sientes cómo tu propio sudor convierte en fango el polvo que se
ha depositado en tus mejillas. La boca se te seca y todo el rato te humedeces
los labios, aunque no sirva de nada, pues ya están secos y agrietados.
Tom bajó la vista
hasta su boca. Estaba hipnotizado viendo cómo ella se pasaba los dedos de un
extremo al otro de sus húmedos y entreabiertos labios. Quizá habían estado
agrietados en el desierto, pero ahora parecían extremadamente suaves.
El deseo lo golpeó
con tal fuerza que no podía ni moverse.
—El viento levanta
la arena —continuó ella, mientras se deslizaba los dedos por las mejillas y el
mentón hasta llegar a la garganta.
Él tenía la
garganta tan seca como el desierto que ella describía.
—La arena vuela en
todas direcciones y te araña la piel como una lija. Toda la ropa tiene que
estar teñida de colores que disimulen la suciedad. Hay poca agua, así que sólo
te puedes bañar un día a la semana, y ni siquiera es un baño completo, sino un
barreño de agua y, si la caravana de suministros ha pasado por allí, un poco de
jabón y una esponja.
Él quería decir
algo, cualquier cosa, pero cometió el error de bajar la vista. En ese momento,
cualquier pensamiento coherente desapareció de su mente. Por primera vez, ella
no llevaba delantal y, con la lluvia, el vestido se le había pegado
completamente al cuerpo. Se le marcaban todas las curvas y el algodón mojado
parecía casi transparente. Por suerte, la muchacha no era consciente de la
imagen que ofrecía: la perfecta redondez de sus pechos dibujada bajo el
vestido, su estrecha cintura, sus caderas insinuantes, la forma en que la ropa
se pegaba a su entrepierna. Y sus piernas. Dios, eran interminables.
«Es la señorita
Wade —se recordó a sí mismo—, no una diosa, aunque su cuerpo indique todo lo
contrario.» Ni en un millón de años habría podido imaginar que aquel cuerpo tan
seductor se escondiera bajo aquellos horribles delantales.
Tom apartó la vista
de su escandalosa y empapada figura y se concentró en la estatua que había en
lo alto de la fuente que quedaba tras ___________. Un sátiro. «Qué apropiado»,
pensó, mientras intentaba apagar el deseo que había inundado todo su cuerpo.
Ella trabajaba para
él, y había reglas para esas cosas. Volvió a mirarla e intentó concentrarse en
sus palabras.
—En cuanto tengo
oportunidad, salgo a caminar bajo la lluvia. Me encanta. Aquí en Inglaterra es
especialmente agradable, cae suave y hace que los jardines sean preciosos. El
primer día que me desperté en esta casa, el pasado marzo, salí a pasear por la
finca, quería conocer el olor de la hierba mojada. Fue maravilloso. —Suspiró
profundamente—. Oh, no puede ni imaginarse lo que es estar aquí cuando se ha
vivido en climas secos y calientes toda la vida.
Tom no podía
ordenar sus pensamientos de forma coherente. En algún lugar de su mente
entendía lo que ella estaba diciendo, e intentó imaginarse lo duro que debía de
ser vivir así, especialmente para una mujer. También sintió cierta rabia hacia
su padre, ¿cómo pudo un hombre honorable obligar a su hija a vivir en esas
circunstancias? Pero aparte de eso, Tom era incapaz de concentrarse. Delante de
él tenía a una mujer a la que nunca antes había visto, una mujer cuyo cuerpo
era un tesoro oculto, y cuyos ojos eran del mismo color que las lilas que
florecían en los macizos que había tras ella. Una mujer a la que le gustaba el
aroma de la hierba mojada, y cuyo inocente placer de mojarse bajo la lluvia
había demostrado ser para él más erótico que cualquier afrodisíaco.
Haciendo acopio de
toda su disciplina, Tom apretó la mandíbula e intentó recordarse cuál era su
posición y la de ella.
—Dígame, ¿va a
convertirse esto en una costumbre?
Ella parpadeó, no
sabía si lo había hecho porque él la había asustado con su tono de voz o porque
el agua se le metía en los ojos.
—¿A qué se refiere?
—preguntó ella—. ¿A permanecer bajo la lluvia?
—A perder el tiempo
divirtiéndose en lugar de estar trabajando. No quiero tener que recordarle que
le pago muy bien, extremadamente bien, como para eso.
—¿Qué es lo que lo
ha puesto de mal humor? —le preguntó ella con un poco de aspereza, pero antes
de que él pudiera contestar, levantó la mano para callarle—. No importa, no
quiero saberlo.
—No —dijo él con
una voz que sonó extraña incluso a sus propios oídos—, mejor que no lo sepa.
—Pero ya que usted
ha preguntado por mi trabajo —continuó __________—, déjeme decirle que estaba
trabajando cuando ha empezado a llover. Estaba en la biblioteca, tratando de
averiguar algo sobre unos fragmentos de cerámica, pero no he podido resistir la
tentación de…
—De mojarse —la
interrumpió él—. Ya lo sé.
Entonces la miró y
vio que eso también había sido un error, porque no pudo evitar el impulso de
apartarle de la cara un empapado mechón de pelo. Sintió bajo sus dedos la tibia
piel de sus mejillas. Se preguntó cómo una mujer que había vivido tantos años
en el desierto podía tener una piel tan tersa y suave. Le acarició los labios
igual que ella había hecho antes. Parecían terciopelo.
___________ también
le miraba, pero en sus ojos abiertos no sólo había sorpresa, sino algo más;
algo similar a lo que él mismo estaba sintiendo. Sí, el deseo también estaba
presente en su mirada, en el modo en que su entrecortada respiración acariciaba
sus dedos. Era el deseo lo que la paralizaba y ponía tensa, como un cervatillo
a punto de escaparse. Seguro que si deslizaba su mano, sentiría cómo el corazón
de ella latía tan rápido como el suyo.
Empezó a hacerlo,
pero de golpe retiró la mano.
—Vamos adentro
—dijo—, está empapada y podría coger un resfriado. Conozco este clima mejor que
usted y no voy a permitir que se ponga enferma cuando hay tanto trabajo por
hacer.
Tom se sintió
aliviado al ver que ella no discutía su orden. Bajo el paraguas, la acompañó
hasta la casa. Una vez dentro, entregó el empapado paraguas y a la empapada
señorita Wade a una sorprendida señora Pendergast, a quien ordenó:
—Prepare un baño
caliente y una copa de brandy para la señorita Wade. —A continuación, se volvió
hacia __________ y dijo—: La próxima vez que quiera quitarse de encima el
recuerdo del desierto, tome un baño dentro de casa, por favor. Espero que esto
no le impida asistir a la cena de esta noche.
—Por supuesto que
no —contestó ella intentando mantener cierta dignidad a pesar de estar
chorreando y formando charcos en el suelo.
—Bien. Entonces la
veré esta noche.
Tom se dio la
vuelta y, sin una palabra más, regresó a su despacho. Se decía a sí mismo que __________
Wade era su empleada, una mujer inocente pero también hermosa. Una mujer a
quien nunca había prestado atención y a la que nunca, nunca había deseado.
Hasta ese momento.
Ahora, si pensaba
en ella con aquel empapado vestido beige, no podía controlar el fuerte y
ardiente deseo que se apoderaba de todo su cuerpo. Ni tampoco podía dejar de
ver la cara del sátiro burlándose de él.
CHICAS... aqui con un nuevo capi... perdon por no haber subido el sabado... trate..pero no tuve tiempo, ya que en la mañana tuve que cuidar a una amiga de la familia.. y en la tarde ayude a mi papá a pintar nuestro auto.. asi que la tarde se me paso rapidisima... y en la noche estaba tan cansada que me quede dormida de inmediato.. y no pude entrar en todo el fin de semana al blog... pero por eso les subo un capi medio largo el dia de hoy...
Tambien tengo que informales que el viernes salgo de vacaciones por fin.. asi que voy a estar fuera del trabajo por 3 semanas.. pero me voy al sur.... donde mi abuela.. y haya no tiene internet... y si me voy al campo.. menos señal tengo.. asi que no sabria decirles si desde el 18-02-2013 al 8-03-2013 podre subir capi... les prometo que cuando tenga señal tratare de subirles algun capi.. pero para que esten informadas... habras varios dias en que no pueda subir.. lo siento.. pero la verdad es que necesito mis vacaciones para olvidarme del trabajo un tiempo ajjaja xd
Se me cuidan
Bye =D
Awww ahora ya siente deseos de (tn) que emocion!!
ResponderEliminarAhora si Tom sufreee.. Me encantaa xD
okis Tamitha no te preocupes yo te entiendo perfectamente descansar y olvidarte de tu trabajo y obligaciones no tiene precio..
cuidate bye :D
me encantoooooooooooooooo descansaaaa esperare el proximoooo cuidate besotessss...
ResponderEliminarjajaja Tom sufre!!! bueno bueno no te preocupes necesitas unas merecidas vacaciones, que te la pases muy bien, te distraigas y te liberes de todo aquel estres de la vida diaria
ResponderEliminarbesos! :)
owww cada vez se pone mejor... AHHH!!! espero el proximo :3
ResponderEliminarTamitha no te preocupes si no puedes subir capi esos dias...
todos necesitamos vacaciones...
bueno
Abschiet
=D