Mi Amor Platonico

Mi Amor Platonico
Y el amor roto, cuando vuelve a nacer, crece
más bello que el primero, más fuerte, más grande.


jueves, 28 de febrero de 2013

"CAPITULO 27"




El domingo, ____________ acudió con los Bennington a casa de sir Edward y lady Fitzhugh para tomar el té y, como era de esperar, el principal tema de conversación fue su tan ilustre vecino.

—Ayer me enteré de una suculenta noticia —dijo la señora Bennington introduciendo así el tema—. Mi buena amiga Margaret Treves me ha escrito desde Londres para contarme lo que el duque fue a hacer en su última visita a la capital. —Se acercó más a sus oyentes, ansiosa por dar la noticia—. Se dice que llevó las esmeraldas ducales a una joyería de Bond Street para que las limpiaran. Eso sólo puede significar una cosa.

—Sí —interrumpió Anne—, las notas de sociedad llevan semanas especulando sobre quién será la afortunada. Casi todos creen que lady Sarah es la opción más segura.

____________ apretó tan fuerte la taza ante la confirmación de lo que ella ya había oído aquel día en la sala de música que temió que se rompiera.

—Ah, sí, la hija mayor del marqués de Monforth —dijo lady Fitzhugh—. Sí, supongo que podría desempeñar bien el papel, pero no creo que sea su tipo.

—Una mujer bella siempre es el tipo de un hombre —dijo sir Edward, y se ganó la mirada de reprobación de su esposa.

___________ cerró los ojos y recordó lo que Viola había dicho esa noche.

«Tú eres el duque de Tremore y tienes que casarte de acuerdo con tu posición, aunque ello implique renunciar al amor y al cariño.»

Ya hacía tiempo que __________ sabía que él iba a casarse con lady Sarah Monforth, pero aun así no pudo evitar enfadarse de nuevo. Él no la amaba, sólo iba a casarse con ella por cumplir con sus obligaciones.

Abrió los ojos, se sacudió el enfado y dejó la taza encima de la bandeja. No era asunto suyo.

—¿Su amiga le contó más detalles? —preguntó lady Fitzhugh a la señora Bennington—. A sus veintiseis años, el duque ya tiene edad para casarse, pero ¿han anunciado ya el compromiso?

—No, aún no, pero reconozco, lady Fitzhugh, que no sé nada más.

—Bueno, estoy convencida de que elegirá a la dama adecuada.

—Oh, ojalá no lo hiciera —exclamó Elizabeth—. Una dama inadecuada sería mucho más interesante.

—¡Elizabeth! —la amonestó lady Fitzhugh.

—Dicen que lady Sarah es muy aburrida —continuó ella sin inmutarse.

—Elizabeth —intervino ahora sir Edward—, no nos corresponde a nosotros criticar su elección de esposa.

—Supongo que tienes razón. Lo que a mí me gustaría sería que asistiera a los bailes del pueblo. Nuestra prima Charlotte me contó que lord y lady Snowden acuden con sus hijos a las fiestas de Dorset cada año. ¿Por qué no podría nuestro duque hacer lo mismo? Papá le ha visto en varias ferias de agricultura y en las carreras, pero yo he vivido toda mi vida en Wychwood y apenas le he visto en un par de fiestas.

—Al parecer, no le gusta mucho asistir a actos sociales —reconoció la señora Bennington—, pero eso es muy raro en un duque.

—Cierto —convino lady Fitzhugh—. Al viejo duque le encantaba asistir a las fiestas locales, pero no a todo el mundo le gustan las mismas cosas, y es perfectamente aceptable que al nuevo duque no le guste.

—Pero mamá —replicó Elizabeth—, ¿no crees que es extraño que pase tan poco tiempo en su casa, o que nunca haya celebrado un baile o una cacería? Es muy raro, especialmente siendo como es un duque.

—El peso de sus obligaciones debe ser difícil de soportar —dijo sir Edward mirando a su hija—. Quizá cuando viene a Tremore Hall lo hace para descansar con privacidad y no para pasearse por todo el condado.

—Espero que se case pronto —suspiró lady Fitzhugh—. Seguro que todo irá mejor cuando haya una duquesa en la mansión. Su madre era una mujer muy bella y considerada y mientras vivió, se celebraron muchas fiestas a las que asistía multitud de gente. Era una mujer muy generosa. El viejo duque quedó destrozado con su muerte. Aún me acuerdo de cómo lloraba en el funeral, como un niño desconsolado, mientras su hijo se mantenía allí de pie, estoico, sin decir ni una palabra, sin derramar ni una lágrima. Se te rompía el corazón sólo de verle.

__________ se mordió el labio y bajó la mirada hasta su taza. Eso era tan propio de Tom, estar sufriendo por dentro y ocultarlo. Ella le entendía perfectamente, a ella tampoco le gustaba perder el control de sus emociones.

—¡Pobre hombre! —dijo la señora Bennington—. No me sorprende que no le guste pasar mucho tiempo aquí. Demasiados malos recuerdos.

—Demasiados —asintió Anne—, yo haría lo mismo. No me puedo imaginar algo más horrible que perder a tu madre y que tu padre se vuelva loco.

Incapaz de dar crédito a sus oídos, ___________ miró sorprendida a la chica.

—¡Anne! —le riñó lady Fitzhugh—. El viejo duque acababa de perder a su amada esposa. Pobre hombre, la pena hizo que se comportara de un modo un poco extraño, nada más. No se volvió loco.

—Los criados de la mansión decían que solía hablar con ella —dijo la señora Bennington—. De noche recorría los pasillos de arriba abajo gritando su nombre. Hablaba de ella como si aún estuviera viva. Se dice que el viejo duque llegó a azotar a un lacayo que se atrevió a decirle que ella estaba muerta. Su hijo se vio obligado a encerrarlo en una parte de la casa, y también dicen que ésa fue la única vez que vieron llorar al chico. Después de eso, todas las responsabilidades recayeron sobre él.

Oh, Dios. ____________ pensó en ese chico, en el coraje y la valentía que debió de tener, y luego pensó en el hombre en que se había convertido. Alguien que odiaba los chismes y que luchaba por mantener su privacidad. Miró la taza que tenía en la mano y algo dentro de ella despertó.

—No creo que debamos hablar de esas cosas —dijo mientras dejaba la taza sobre la mesa—. Perdió a su madre y a su padre. La pena y el duelo son algo muy íntimo, y no un acontecimiento social.

Lady Fitzhugh se volvió hacia ella y le apoyó una mano en el hombro.

—Ha hecho muy bien en reprendernos, querida. No volveremos a hablar de ello.

_________ no contestó y la conversación se encaminó hacia temas mucho más tranquilos a los que ella no prestó ninguna atención. Se acordó de su padre, de cuan profundamente había sentido la pérdida de su esposa, pero logró encontrar consuelo en su trabajo y en su única hija. El padre de Tom en cambio se abandonó a esa pena, perdió la cordura y dejó huérfanos a sus dos hijos.

«El amor nunca debe estar por encima de la razón.»

Ahora entendía a qué se refería cuando hablaba de las trágicas consecuencias del amor, y también por qué tenía miedo de enamorarse.

«Oh, Tom.»

—Señorita Wade —la distrajo Elizabeth de sus pensamientos—, háblenos de sus viajes.

__________ agradeció el cambio de tema y tomó aliento.

—¿Qué le gustaría saber, señorita Elizabeth?

—Muchas cosas. ¿Es verdad que en África se comen el corazón de las personas?

—Sólo los leones —contestó intentando sonreír.

 

 

Durante las tres semanas siguientes, las clases de baile con Tom se desarrollaron en la más absoluta corrección entre un caballero y una dama; sus cuerpos a la distancia apropiada. ___________ comprobó que Tom tenía razón. Si le miraba a la cara y hablaba con él, no se tropezaba tanto, aunque las conversaciones que ahora mantenían eran totalmente inocentes. ___________ echaba de menos las negociaciones, las insinuaciones, las caricias y, cuando él se fue de viaje de negocios a Surrey, vio que estar sin Tom era peor de lo que había imaginado.

Mientras él estuvo fuera, __________ no pudo dejar de pensar en la tarde que pasó en casa de los Fitzhugh. Cuando estaba trabajando en la biblioteca, aprovechaba cualquier excusa para dar un paseo por la galería donde colgaban los retratos de la familia. Ahora, con todo lo que sabía, los veía distintos. Se paraba más rato frente a los de Tom de niño, y se le partía el alma al imaginar el dolor que debió sentir al tener que encerrar a su padre.

El trabajo le ocupaba gran parte del día, pero las tardes sin él se le hacían cada vez más largas. Era una tonta, echaba de menos a un hombre que la consideraba una máquina. Pero de un modo extraño se habían convertido en amigos, y cada día, mientras restauraba el mosaico o reparaba vasijas, miraba por la ventana de la antika para ver si llegaba.

Por la noche, cuando estaba en la cama, volvía a pensar en él, en sus caricias y en sus insinuantes palabras. Se acordaba de cómo había intentado convencerla de que le diera un beso y se arrepentía de no haberlo hecho. Pensaba tanto en él y le costaba tanto dormirse que llegó a sentir la tentación de cambiar de idea, y quedarse, pero eso sería una tontería aún mayor. Él iba a casarse, si se quedaba lo único que conseguiría sería que le rompieran el corazón.

Una semana después de su partida, __________ estaba tan obsesionada con sus pensamientos que, harta de dar vueltas en la cama, y a pesar de que aún no había amanecido, se levantó y se vistió. A lo mejor el trabajo conseguía tranquilizarla un poco. De camino a la antika pasó por la cocina y cogió un bollo. «Ojalá ya estuviéramos en diciembre», pensó.

Cuando entró en la antika oyó a alguien en el almacén y vio que el señor Bennington había llegado allí antes que ella. Se sorprendió al verle, ya que nadie empezaba a trabajar a esas horas. Se dio cuenta de que él pensaba lo mismo.

—Buenos días, señorita Wade, —la saludó respetuosamente levantándose el sombrero—. No sabía que se levantara al romper el alba.

____________ notó que estaba tenso y un poco incómodo.

—Soy madrugadora. —Ella miró perpleja las estanterías que había detrás de él. Volvían a estar llenas de trozos de fresco cuando ella estaba convencida de que ya los había restaurado todos—. ¿De dónde ha salido todo eso? —preguntó sorprendida señalando las estanterías.

El señor Bennington pareció aún más incómodo, ni siquiera se atrevía a mirarla a la cara.

—Oh, las encontraron hace unas semanas. Su señoría ordenó que las almacenaran aquí, pero esta mañana me ha pedido que las prepare para ser trasladadas a Londres, junto con las piezas que usted y yo hemos restaurado durante su ausencia.

Al oír esas palabras a __________ le dio un vuelco el corazón.

—¿El duque ha vuelto?

—Sí, llegó anoche.

Ella se mordió el labio y apartó la mirada, no debía demostrar tanta alegría. Cuando hubo controlado sus emociones volvió a concentrarse en el arquitecto.

—Pero ¿por qué van a llevarse estas piezas a Londres? ¿Acaso no quiere que las restaure y las catalogue?

El hombre se sonrojó.

—Creo que su señoría quiere que estas piezas formen parte de su colección privada. Más adelante ya encargará que las restauren en Londres. Ahora lo más importante es lo que va a ir al museo, y usted ya tiene mucho que hacer.

___________ lo entendió al instante y apretó los labios para evitar reírse.

—Me alivia saber que no tendré que encargarme también de ellas —le contestó intentando sonar agradecida—. Tiene razón al decir que ahora el museo es mucho más importante que la colección privada del duque, así que me voy a poner manos a la obra.

Salió de la habitación y él continuó preparando las piezas. De vuelta a su mesa, ___________ empezó a dibujar el fresco de Orfeo. El señor Bennington le recordaba tanto a su padre que no pudo evitar sonreír. A veces los hombres eran tan inocentes.

Tan pronto como el arquitecto abandonó la antika para ir a desayunar, ____________ entró para inspeccionar de cerca aquellos misteriosos frescos. Sacó uno de los fragmentos de la cesta donde estaba y rápidamente confirmó sus sospechas: se trataba de pinturas eróticas.

Probablemente, el fresco completo no tendría nada que ___________ no hubiera visto antes, pero no pudo evitar empezar a juntar los trozos e intentar adivinar qué representaban.

Pasados unos minutos, había reunido los suficientes como para hacerse una idea del dibujo final. En los frescos romanos, la imagen de una pareja desnuda haciendo el amor no era inusual. En aquel fresco en concreto, la mujer estaba encima del hombre y rodeaba con las piernas sus caderas mientras él le acariciaba los pechos. Una postura común, pero al verla allí pintada, ___________ empezó a notar cómo el calor inundaba todo su cuerpo. Era el mismo calor que sentía cada vez que Tom la tocaba, cuando soñaba con sus besos o cuando lo espiaba sin camisa.

«Le devolveré las gafas si me da un beso.»

Pero no lo había hecho, y la satisfacción que sintió al ganarle en ese momento ya no la reconfortaba. Cuanto más miraba la imagen de la pareja más se arrepentía de no haberlo besado. Sólo tenía que rodearle el cuello con los brazos y acercar sus labios a los de él, así habría satisfecho su curiosidad. Había tenido la oportunidad de besar a Tom y la había dejado escapar. Tres semanas de lecciones de baile, noche tras noche, y ni una sola vez él había vuelto a intentarlo. Se había comportado como un perfecto caballero, educado y distante, como si nunca le hubiera pedido algo semejante.

Ella se iría en pocas semanas, y sabía que, probablemente, nunca volvería a tener oportunidad de besar a un hombre como él. Lo lamentó profundamente, y se juró que si volvía a pedírselo no dudaría en aceptar.


CHICAS aquiii un nuevo capi.. no les habia podido subir ayer porque habia salido.. ademas que me resfrie ¬¬ asi que ando con los animos bajos.. espero les guste el capi..
Se me cuidan..
Las Quiero

Bye =)

martes, 26 de febrero de 2013

"CAPITULO 26"




Ella lo miró a los ojos: de cerca parecían de un color castaño claro similar al de la  miel, con destellos dorados.

—Sí, pero…

—Bien, su pareja es lo único que tiene que ver. —Dio un paso hacia atrás intentando llevarla hasta el centro de la habitación, pero ella se soltó la mano y se negó a moverse.

Odiaba no llevar las gafas, aparte de que todo lo que le quedaba en un radio de dos metros era confuso para ella, y eso le hacía sentirse muy insegura. Se mordió el labio inferior y miró el bolsillo de él: tenía que haber un modo de recuperarlas.

Tom le leyó el pensamiento y negó con la cabeza.

—No se le ocurra intentarlo.

A pesar de la advertencia, ella acercó la mano a su chaqueta, pero antes de que pudiera abrir el bolsillo, él le atrapó la muñeca.

—Le he avisado —dijo él mientras le apartaba la mano del bolsillo— y ha hecho caso omiso de mi advertencia. Nunca ignore a un duque. Detestamos que nos ignoren.

El corazón de _________ empezó a latir con fuerza. Él la soltó, pero no se apartó. Ella sabía que debía retroceder, que lo mejor sería que saliera de la habitación, sin embargo, se quedó donde estaba como si estuviera hechizada. ¿Qué sentiría si él la besaba?

Hasta que él eliminó la poca distancia que había entre los dos ella no dio un paso atrás, y luego otro, y otro. Pero él la seguía, manteniendo unos escasos milímetros de separación entre los dos. Cuando ___________ se topó con la pared, Tom la atrapó entre sus brazos.

—Corra —dijo él como si le estuviera leyendo el pensamiento. Apoyó las manos en la pared—. Ahora corra, señorita Wade. Si puede.

____________ levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos. En ellos vio algo que le inquietó, le cautivó y le hizo temblar. Pero ya no sentía miedo.

—Si quisiera podría recuperar sus gafas fácilmente, ¿sabe?

Su voz era suave, y __________ supo entonces que tendría que haberle hecho caso y huir cuando tuvo la oportunidad.

—¿Cómo?

—Las mujeres tienen mucho poder —dijo él casi para sí mismo—. No entiendo por qué no lo utilizan más a menudo.

—¿Qué poder?

—Una mujer puede lograr cualquier cosa que se proponga de un hombre si sabe hacerlo. Algunas mujeres nacen con ese instinto y otras no tienen ni idea de cómo utilizarlo. Usted, señorita Wade, pertenece al segundo grupo. —Él se acercó aún más y, aunque no la estaba tocando, ella podía sentir el calor que irradiaba su cuerpo—. Yo podría enseñarle a utilizar ese poder, si usted quisiera.

—Si tiene que ver con mi educación en las artes de la alta sociedad, dígamelo de una vez —susurró ella—. Si no, deje de jugar conmigo.

—Estoy jugando con usted porque esto es un juego. No voy a dejarla ganar, pero si quiere, puedo enseñarle cómo se juega.

Algo en esas palabras le puso los pelos de punta.

—No sé de qué me está hablando. De verdad.

—Lo que de verdad importa es si quiere saberlo. ¿Quiere ser una dama respetable o quiere ser Cleopatra?

—Ambas.

—Ah. Una respuesta interesante y que plantea una pregunta aún más interesante. ¿Puede una joven ser cautivadora, misteriosa y respetable a la vez?

—¿Por qué no?

—No lo sé. —Él entrecerró los ojos hasta que sólo se veía de ellos una pequeña ranura entre sus tupidas pestañas—. Si le devuelvo las gafas, ¿qué obtengo yo a cambio?

—¿La satisfacción de saber que ha hecho lo correcto?

Él se rió.

—No es suficiente.

—¿Qué? —preguntó ella—. ¿Qué es lo que quiere?

Su mirada bajó hasta sus labios.

—¿Qué me ofrece?

__________ se humedeció los labios y notó cómo a él se le aceleraba la respiración.

—Tres días —susurró—. Le doy tres días más.

—¿Tres días? No es muy generoso de su parte, señorita Wade.

Ella tenía que mantenerse firme, tenía que ser fuerte.

—Tres días. Ni uno más.

—Una semana.

—Tres días.

—No. ¿Qué más puede ofrecerme?

Él bajó la cabeza acercándose cada vez más. Esta vez ella iba a permitir que la besara. Ya empezaba a sentir la misma excitación que la inundaba cuando lo observaba a escondidas con el catalejo. Cuando soñaba con que él un día la besara, y, por el momento, todo se asemejaba a ese sueño.

En un intento de ganar un poco de espacio, ____________ se apretó contra la pared, pero no le sirvió de nada. Su propia imaginación la había traicionado. Quería que la besara, quería saber cómo era en realidad aquel hombre al que había estado persiguiendo en sueños. Era una idiota, a pesar del daño que le había hecho quería que la besara.

Tom inclinó su cabeza un poco más y entonces ella recordó que aquello era sólo un juego, el de él, y que ella estaba a punto de perder. Maldito fuera por jugar así cuando ella ni siquiera era capaz de girar la cara e irse de allí.

—Le devolveré las gafas si… —Se detuvo cuando sus labios casi se rozaban—. Si usted me da un beso.

Fruto de la desesperación y pensando sólo en huir de todos los sentimientos que él le estaba despertando, ___________ se puso de puntillas y le dio un casto beso en la comisura de los labios.

—Ya está —dijo mientras se apartaba—. Ahora devuélvame las gafas.

—No, no. Creo que está muy equivocada. Eso no ha sido un beso.

—Para mí lo ha sido.

—Para mí no, y creo que en lo que a besos se refiere yo sé mucho más que usted.

—No se burle de mí. —____________ se ofendió ante el comentario.

—¿Burlarme? —se rió él—. No me estoy burlando. En realidad eso es lo último que me apetece hacer en este momento, especialmente con usted. La verdad es que estoy haciendo grandes esfuerzos por controlarme.

—Mentiroso —dijo ella incrédula.

—Es verdad. Estoy siendo caballeroso y me estoy esforzando por controlar las ganas que tengo de besarla.

—¿Caballeroso atrapar a una dama contra una pared e intentar chantajearla para que le bese?

—Ni siquiera la estoy tocando, y usted sabe muy bien que no voy a chantajearla. Ya le dije que le devolvería las gafas al finalizar nuestra lección. Y en lo que se refiere a estar atrapada, no lo está, puede irse cuando quiera. Yo no la detendré.

—Yo… —Se calló y tragó saliva—. Yo no creo que esto sea un juego. —Seguía sin moverse.

—Pues lo es. Usted y yo estamos enfrentados en una dura lucha, y es incapaz de darse cuenta del poder que tiene sobre mí.

Ella no lograba entender lo que él quería decir.

—Lo único que sé es que estamos jugando a su juego y con sus reglas.

—Al contrario, las reglas van siempre a su favor, porque, como caballero, no me está permitido besarla, y usted en cambio puede torturarme eternamente con la promesa de un beso.

Ella levantó la cabeza y lo miró intrigada. No sabía si le estaba diciendo la verdad o si sólo quería provocarla. Decía que las mujeres tenían un gran poder sobre los hombres, pero ella nunca se había sentido así frente a él, más bien al contrario. La tentación de comprobar si eso era cierto era demasiado grande y ___________ decidió intentarlo.

Se humedeció los labios lentamente y esta vez fue ella la que se apretó contra él.

—¿Se refiere a esto? —Suspiró de un modo sensual mientras se repetía que sólo era un juego—. ¿Le estoy atormentando?

—Es usted una gran alumna, señorita Wade. —Él estaba muy quieto.

—¿Es eso un cumplido a mi inteligencia, señoría? Me siento halagada.

—Debo confesarle que ahora mismo su inteligencia es lo último que me preocupa. Dios, ¿va a besarme o no?

—No hace falta.

Entonces ______________ se apartó y, sonriendo, le mostró las gafas que tenía en la mano.

La cara de sorpresa de Tom fue su mayor satisfacción y, antes de que él pudiera reaccionar y reclamar su beso, ella se escurrió por debajo de sus brazos. Se puso las gafas, lo miró directamente a los ojos y disfrutó de su triunfo.

—Creo que he ganado esta partida, señor.

Dio media vuelta y salió de la habitación.

—Esto ha sido sólo el principio, señorita Wade —le gritó él riendo—. Sólo el principio.
 
CHICAS... todavia no llega el esperdo beso jajaja pero creo que han disfrutado este capitulo tanto como yo xd jajajaj por lo menos TN gano este juego jajaj y Tom quedo con las ganas de que lo besaran jajjaja
 
Espero les guste el capi..
Se cuidan
Las Quiero.
 
Bye =)

domingo, 24 de febrero de 2013

"CAPITULO 25"




_____________ no sabía qué esperar de sus clases de baile, pero suponía que sobre todo consistirían en aprender algunos pasos. Estaba totalmente equivocada.

—¿Que quiere que haga qué? —preguntó, mirando sorprendida a Tom.

—Que camine. —Y diciéndolo, la tomó del brazo y la llevó fuera de la habitación, hasta el principio del largo pasillo.

—Qué tonta soy —murmuró ella—, pensaba que iba a enseñarme a bailar.

—Lo haré, pero primero quiero ver cómo camina.

Ésa era la última cosa que ___________ deseaba hacer, pero cuando vio que él se ponía las manos a la espalda y echaba a andar, no tuvo más remedio que seguirlo.

—Para bailar bien, señorita Wade —añadió—, tiene que andar bien. Bailar no es más que caminar con música.

Sólo habían dado unos pasos cuando Tom se detuvo.

—¿Por qué se para? —preguntó __________.

Él no contestó, sino que se volvió hacia ella y la rodeó con sus manos. Le colocó una encima del diafragma y la otra al final de la espalda. Al notar el contacto a ella se le cortó la respiración. Él no debió de darse cuenta, porque aún apretó más las manos contra su cuerpo y, en un tono muy pragmático, dijo:

—Recuerde mantener la espalda erguida. Esta noche no es una restauradora intentando reparar una vieja vasija de bronce, sino una joven dama disfrutando de un agradable paseo.

Entonces él la soltó, pero la piel de ella se mantenía caliente allí donde la había tocado, y ___________ se sentía capaz de todo menos de imaginarse que era una joven dama paseando. Intentó caminar como él le decía, pero el corazón le retumbaba en el pecho como si hubiera estado corriendo durante horas.

No estaba acostumbrada a que la tocaran, eso era todo, se dijo. En los últimos días él ya la había tocado varias veces y a ella siempre le sorprendía lo mucho que eso le gustaba. Se derretía sólo de pensar en lo que había sentido cuando él le acarició la mejilla, o ahora, cuando había colocado sus manos sobre su cuerpo. Ella no quería sentirse así, no quería que él le hiciera sentir así.

Recorrieron el pasillo innumerables veces sin dirigirse apenas la palabra, sólo para las correcciones que él le hacía. Barbilla arriba, hombros atrás, sin correr.

Ella no lo miraba, sólo lo veía con el rabillo del ojo, pero él sí la observaba con detalle. Cuando creía haber recorrido aquel pasillo unas mil veces, al fin le dijo que se detuviera.

—Excelente, señorita Wade —comentó, y le indicó que volviera a la habitación—. Tiene usted una gracia natural, seguro que bailará muy bien. Me atrevería a aconsejarle que se pusiera corsé, eso le ayudará a mantener la espalda recta. Además, si no lleva, su pareja de baile se escandalizará cuando le ponga las manos en la cintura y la note desnuda.

Tom se encaminó a la chimenea y empezó a dar cuerda a la caja de música.

—Pero procure no apretárselo mucho. No me gustaría que se desmayara en medio del baile por falta de aire.

—No creo que sea apropiado que usted haga comentarios sobre mi ropa interior —dijo ella con la mayor dignidad de la que fue capaz.

Él hizo una pausa en lo que estaba haciendo y la miró directamente a los ojos.

—Creo que estaba comentando algo sobre la ausencia de ropa interior —contestó él serio, aunque con una media sonrisa apuntando.

Ella había visto otras pocas veces esa sonrisa traviesa. Empezaba a gustarle y no pudo evitar sonreír.

Tom dejó la caja encima de la mesa y empezó a sonar la música.

—El vals es un baile muy sencillo —le dijo mientras se situaba frente a ella. Tomó su mano derecha en su izquierda y colocó la otra en su cintura. __________ se tensó al instante.

—Relájese, señorita Wade.

—Estoy relajada —mintió.

—¿De verdad? Pues su cuerpo parece creer lo contrario. —Él aflojó su abrazo—. No se preocupe, no tengo ninguna intención de violarla. Al menos por ahora —se corrigió—. Relájese.

__________ quería hacerlo, pero la idea de que él no quisiera violarla entonces pero sí en otro momento no ayudaba mucho. Se sentía mareada, como si hubiera bebido más vino de lo normal. Se acordó de que aquella misma tarde, en la colina, él casi la había besado. Ahora era agudamente consciente de la mano de él en su espalda, y tenía que controlarse para no salir corriendo. De golpe, la habitación había subido mucho de temperatura. Demasiado para bailar.

—Cuando se baila un vals —continuó Tom como si no hubiera notado que ella se sonrojaba—, lo primero es mantener la distancia apropiada. Tiene que estar a un pie de su acompañante, justo como estamos ahora. Ponga la mano en mi hombro.

Ella dudó un instante antes de apoyar la mano en su oscura chaqueta verde. Podía notar contra su palma los fuertes músculos de su hombro y recordó el aspecto que tenía sin camisa. Lo había dibujado muchas veces y conocía cada plano de su torso, pero al tocarlo sintió cómo un extraño fuego le quemaba por dentro y tuvo que concentrarse para escuchar lo que le decía.

—Lo segundo que debe recordar es que yo mando y usted me sigue. Su cuerpo va a donde le dice el mío.

—Creo que me gustaría más si fuera al revés.

—¿De verdad? —murmuró él—. Ésa sí que es una idea interesante, señorita Wade. Quizá algún día le permita hacerlo. —Volvió a cogerle la mano y levantó el brazo adoptando la postura previa al inicio de la danza—. Los pasos del vals son muy sencillos, es una cadencia de un, dos, tres. Así.

Tom empezó a moverse llevándola con él, pero ella sólo miraba los pies y él se detuvo al instante.

—Lo tercero y más importante es que tiene que mirarme a mí, señorita Wade, no al suelo.

—Pero ¿y si le piso?

—Sobreviviré, estoy seguro. No se preocupe, si se equivoca sólo estoy yo para verlo, y ya sabemos que a usted no le importa lo que yo piense. —Tom empezó a moverse de nuevo llevándola a ella—. Un, dos, tres —contaba él al ritmo de la melodía, y los dos iban completando las figuras del vals a lo largo de toda la habitación—. Un, dos, tres.

____________ se sentía bastante torpe dando vueltas sin sentido, e incluso después de haberlo pisado y haber hecho que se parase incontables veces él no se mostró impaciente ni un instante. Sencillamente le decía que volviera a intentarlo. Una y otra vez.

—Lo está haciendo muy bien —la tranquilizó dando cuerda por tercera vez a la caja de música—. Sabía que sería buena bailarina.

—Usted es buen profesor —reconoció ella al tenerlo de nuevo delante—. Sólo desearía no sentirme tan torpe e insegura.

—Eso requiere práctica. —Volvió a cogerle la mano y empezaron a bailar. Tom tenía que recordarle constantemente que lo mirara a él y no al suelo.

—Es que creo que el único modo de no pisarle es si miro donde pongo los pies —confesó ella—. Pero no importa lo que haga, me temo que cuando acabe la noche va a estar lleno de moratones.

—Entonces debería apreciar el sacrificio que estoy haciendo por usted.

Ella le miró con fingida preocupación.

—Oh, pobre. Seguro que está sufriendo muchísimo, aunque podría ser peor. Yo podría pesar cien kilos.

La mano de él le apretó la cintura.

—Eso sería una pena —murmuró, y la miró—, aunque seguiría teniendo esos increíbles ojos.

El corazón de ella dio un vuelco, y casi tropezó de nuevo.

—Baila muy bien —dijo ella para cambiar de tema. No quería que él le dijera cumplidos que sabía que no eran ciertos—. ¿Por qué no le gusta?

—La verdad es que bailar me gusta, lo que no me gusta son sus consecuencias.

—¿A qué se refiere? ¿Qué consecuencias?

—Las mismas que me obligan a evitar a las damas con tendencia a desmayarse. Ser un acaudalado duque y, además, soltero me convierte en la presa perfecta en un baile. Todo lo que hago, todo lo que digo, es estudiado y analizado en todas las notas de sociedad. Si bailo con una dama, las viejas matronas difunden rumores a la misma velocidad que la música, y si por casualidad he disfrutado de su compañía y bailo otra vez con ella, ya estoy perdidamente enamorado; si bailo una tercera vez, mi boda es inminente.

—Eso es una locura.

—Aún es peor para la dama en cuestión. Las habladurías siempre se cebarán más en ella. No importa lo bella que sea, lo dulce o educada, siempre habrá una madre despechada que creerá que su hija sería mucho más adecuada para ser mi duquesa.

—Supongo que eso es inevitable —se rió ella.

—Sí, así es. Por eso no bailo.

—Bueno, ya que aquí no hay nadie que nos vea y pueda criticarle, debería intentar disfrutar de esta noche.

—Lo estoy haciendo. —Le apretó la mano más fuerte—. Créame, estoy disfrutando mucho.

Antes de que __________ pudiera pensar una respuesta, la música se fue desvaneciendo hasta desaparecer por completo. Tom se detuvo y apartó la mano de su cintura, pero no soltó la otra; sus dedos seguían entrelazados cuando le dijo:

—Ni un fallo.

—¡Es verdad! —exclamó ella sorprendida—. Pues me he olvidado de contar los pasos.

—Exactamente. —Él se dirigió hacia la esquina—. Cuando finaliza el baile, su pareja la escolta hasta su sitio. —Acompañó sus palabras con acciones, como si de verdad estuvieran en un baile. Le soltó la mano y le hizo una reverencia. Ella supuso que probablemente ella también debía saludarle, así que cruzó un tobillo detrás del otro y le hizo una breve genuflexión.

»No, no, señorita Wade —dijo él sonriendo—. Tiene que hacer una genuflexión completa. Después de todo, soy un duque. Se supone que su rodilla casi debería tocar el suelo.

Ella se agachó de nuevo, con un saludo mucho más pronunciado.

—Está disfrutando con esto, ¿verdad?

—Sí, mucho —admitió él cuando ella se levantó. Le miró los labios y su sonrisa desapareció por completo—. Desde que me ha acusado tan severamente de intentar aprovecharme de nuestra amistad es que estoy queriendo vengarme. Tengo que aprovechar la más mínima ocasión para hacerlo.

Esa tarde ella no había querido reprenderle, sólo había sido un intento desesperado de salir de la situación. Él había querido besarla, y lo peor de todo es que ella lo deseaba con todas sus fuerzas.

—Yo no he hecho tal cosa.

—No quiero volver a pelearme con usted, así que no voy a picar el anzuelo. Aunque sí me veo obligado a recordarle que una dama nunca, nunca contradice a un duque.

—Hay muchas reglas, ¿no es así? —preguntó ella intentando parecer relajada—. He leído todos sus libros de etiqueta pero aún me siento intimidada. ¿Hay algo más que debería saber?

—Sí —contestó él acercándose a ella—. Como ya le dije en otra ocasión, una dama que quiera estar a la moda nunca lleva gafas cuando asiste a un baile. —Él ignoró sus protestas y le quitó las gafas—. Intente llevarlas lo menos posible y, si puede, acostúmbrese a ir sin ellas.

—He leído que una dama debe saludar siempre a sus conocidos. ¿Cómo espera que lo haga si no puedo verlos?

___________ intentaba recuperarlas, pero él no paraba de mover el brazo manteniéndolas así inalcanzables. Ella se puso de puntillas, pero él era tan alto que no sirvió de nada, y ___________ no se atrevía a saltar por miedo a romperlas. Dejó de intentarlo y, con los brazos en jarras, lo miró enfadada.

—¿Vamos a tener que discutir otra vez sobre este tema?

—No. —Tom se guardó las gafas en el bolsillo de la chaqueta—. Porque no pienso devolvérselas hasta que finalicemos nuestra clase de baile. Esta vez, quiero que baile sin gafas.

—Pero no veo nada.

Él la apretó contra su cuerpo.

—¿Me ve a mí?


CHICAS... que emocion.. ahora puedo subir de mi notebook.. ya que mi primo por fin me dio la clave de su internet... asi que ahora si espero que los capis salgan bien.. no todos con mayusuculas ¬¬ ... espero que les guste el capi.. porque a mi me esta fascinando subirles estos capis.. jaja ya que todas quieren el beso.. puede ser que en dos capitulos mas aparesca algo mas cercano entre ellos jajaja xd....

Cuidence muchooo.. y descancen arto como lo estoy haciendo yo jajaja

PD:  Sofii.... porque todabia no has subido en tu ficc =( lo dejaste ahi y no la continuaste  mas siguela pisss por mi .. es que me encanta tu ficc ^^)

Las Quiero
Bye =)

jueves, 21 de febrero de 2013

"CAPITULO 24"

—Yo no pienso en usted como en un sirviente.
Ella se sobresaltó un poco y se apartó.
—¿Que hace exactamente un lacayo de caballerizas? —preguntó ella en un intento desesperado de volver a mantener una conversación normal—. Me temo que sé muy poco sobre caballos. Aunque soy una experta montando camellos, soy una pésima amazona.
Él podría haber seguido tocándola, pero reconoció su intento de huir de la situación y apartó la mano.
—¿Camellos?
—Así es —afirmó varias veces moviendo la cabeza. Tenía el lápiz fuertemente apretado entre los dedos y seguía dibujando—. Los camellos son unos animales complicados, difíciles de cabalgar, y además escupen.
—Me cuesta imaginar que pudiera montar un camello, señorita Wade. —Él vio cómo sus pies descalzos volvían a asomar por el bajo de la falda y el deseo volvió a golpearle con fuerza—. Yo nunca sería capaz de hacerlo.
—Bueno —dijo ella tímida—, mejor así.
—Sí, estoy de acuerdo. —Tom se obligó a apartar la vista de aquellos pies—. ¿Le gustaría aprender a montar a caballo?
Ella seguía dibujando sin mirarle a la cara.
—¿Y cuánto tiempo más tendría que quedarme a cambio de esas clases de hípica?
En ese momento, no era tiempo exactamente lo que él quería a cambio, sino algo más seductor y mucho menos honorable.
—¿Un mes?
—Gracias, pero no —respondió ella riéndose a carcajadas.
—Cabalgar por el Row está muy de moda —dijo él en un intento de atraer su atención.
Funcionó, porque ella levantó la vista y preguntó:
—¿El Row? ¿Qué es eso?
—El Rotten Row es un paseo de arena que hay en Hyde Park, y en donde se da cita la gente de sociedad a partir de las doce del mediodía para verse y cabalgar juntos.
—Rotten Row. ¡Vaya nombre!
—Cabalgar por el Row es un excelente modo de impresionar a un caballero o a una joven dama. Pasear a caballo durante la temporada le proporcionará muchas ocasiones de conocer a potenciales maridos. Así que se dará cuenta de lo necesario que es para usted aprender a cabalgar.
Ella mordisqueó el lápiz considerando sus palabras.
—No creo que un mes sea un intercambio justo —dijo finalmente—. Al fin y al cabo, si sé montar en camello, un caballo no será tan difícil.
—Estoy dispuesto a negociar. ¿Qué le parecería justo?
—Como ya le he dicho, los camellos son unos animales complicados así que creo que un día de práctica será suficiente para aprender a dominar un caballo.
Una imagen de ella luciendo ajustados pantalones y montando en camello se le cruzó por la mente y decidió arriesgarse con su siguiente pregunta.
—¿Y cuando montaba a camello utilizaba silla de montar?
Ahora sí que la tenía atrapada.
—No había pensado en eso —parpadeó sorprendida.
—Tal como le dije antes, soy sincero cuando digo que quiero ayudarla. —Aunque si era sincero tenía que admitir que había jóvenes damas que, por no saber o por preferencia, no montaban a caballo, pero ni loco iba a confesárselo a la señorita Wade. Después de todo, ocultar información no era lo mismo que mentir—. Una joven dama tiene que saber montar en silla. Eso es preceptivo.
—Está bien. A cambio de las clases de hípica y de enseñarme a montar correctamente en silla, le daré dos días.
—¿Dos días? Una semana.
—Dos días, hasta el veintitrés de diciembre. —Y entrecerró amenazante sus ojos color lavanda.
Él fingió pensarlo un poco, pero sabía que no tenía más remedio que aceptar.
—De acuerdo —respondió, y se incorporó estirando las piernas—, ¿Va a darme algo de su delicioso picnic? —preguntó señalando la cesta.
—Por supuesto. —____________ dejó el cuaderno de dibujo y el lápiz y se sentó con las piernas cruzadas bajo la falda, escondiendo los pies que tanto habían atormentado a Tom.
Colocó la cesta en medio de los dos y la abrió. Él observó cómo ella disponía sobre el mantel toda la comida, que consistía en pollo asado, manzanas, queso, pan y mantequilla.
—¿No ha traído vino? —preguntó él—. En un picnic que se precie siempre se sirve vino, señorita Wade.
—No exactamente. —Sacó de la cesta una botella de sidra y un vaso—. Si celebrásemos nuestro picnic en Palestina —añadió, mientras se servía—, no habría vino.
—Ni sidra.
—Cierto. —Y le ofreció la botella medio vacía.
Él se quedó mirándola pero no hizo ningún gesto de cogerla.
—Ojalá estuviéramos en Palestina —dijo de golpe.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Me encantaría conocer todos los lugares en los que usted ha estado. Egipto, Siria, Marruecos. —Sólo con pronunciar esos nombres sentía cómo crecían en él las ansias de visitar esos parajes—. Dios, cómo la envidio —confesó asombrado de estar diciéndolo en voz alta.
Ella se sorprendió tanto como él y ya no pudo dejar de mirarle.
—¿Usted me envidia?
—Sí. —Él se inclinó un poco y aceptó la botella que ella aún tenía en la mano—. Usted ha montado en camello, ha vivido en tiendas, rodeada de ruinas romanas, y ha participado en excavaciones a lo largo de todo el Mediterráneo. Con esa vida tan romántica y aventurera, ¿es tan difícil de creer que la envidio?
—Sí, lo es —dijo ella sonriendo y señalando la grandeza que los rodeaba—. Usted es un duque. Tiene todo lo que la vida puede ofrecer.
—Eso parece. —Bebió un poco de sidra y dejó la botella en la hierba, al lado del mantel. Se recostó y miró el paisaje que se erguía tras ella—. Pero hay una cosa que usted tiene, y que yo nunca poseeré, y que es lo que más deseo en el mundo.
—¿Qué es?
—Libertad.
Ella negó con la cabeza sin comprenderle y cogió pan y un poco de queso.
—Usted tiene dinero, tiene poder. Si se tiene eso, todo lo demás se puede conseguir.
—Quizá así lo parezca, pero no es cierto. Tengo todo a mi alcance para hacer lo que quiera, pero nunca puedo hacerlo.
—No le entiendo.
Él la miró directamente a los ojos.
—Mi padre murió cuando yo tenía doce años y entonces me convertí en el duque de Tremore. Mi tío actuó como mi tutor y se ocupó del cargo hasta que cumplí los dieciséis, pero desde la muerte de mi padre he tenido esa responsabilidad. Era yo quien tomaba las decisiones y era yo quien le decía a mi tío lo que debía hacer, y no al revés.
—¿Con doce años? Pero si sólo era un niño.
—Toda mi vida he sabido lo que implicaba ser duque, y que algún día debía hacerme cargo de esas obligaciones. Incluso cuando tenía sólo doce años podía entender las responsabilidades que conlleva tener poder. Quizá habría podido escoger el camino fácil y dedicarme a viajar y a despilfarrar, pero siempre he pensado que lo más importante, lo que merecía toda mi atención, eran mis tierras. Nunca hice el Grand Tour. Nunca he salido de Inglaterra. —Le sonrió levemente—. Así que me veo obligado a ser un viajero de biblioteca. Nunca podré visitar Roma ni otros lugares fascinantes que hay en el mundo.
—Pero ¿por qué no? —preguntó ella mientras cortaba una rebanada de pan—. Si de verdad quiere hacerlo, seguro que puede permitirse viajar durante unos meses.
—Nunca es el momento adecuado para ello. Ser duque conlleva muchos deberes y obligaciones, señorita Wade. Y yo me tomo muy en serio mis responsabilidades.
—¡Y usted dice que yo soy demasiado estricta conmigo misma!
Él le dio la razón asintiendo con la cabeza.
—Seguramente es algo que se nos puede aplicar a ambos. La excavación es el único capricho que me permito.
Ella dejó de cortar pan.
—Ahora entiendo por qué es tan importante para usted —dijo en voz baja—. Es su Grand Tour.
___________ dejó las rebanadas de pan que había cortado a un lado y devolvió la barra a la cesta. Entonces cogió el queso.
—Cuénteme más sobre los deberes de un duque —le pidió, y empezó a cortar el Cheddar.
—No es nada romántico, se lo aseguro, puede ser como una prisión —respondió él—, pero también puede ser fantástico. La mayor parte del tiempo es tedioso, trivial y muy aburrido, aunque también tiene sus compensaciones: riqueza, poder y prestigio.
—E influencia. Piense en todas las cosas buenas que puede hacer con ese dinero. Si hubiera visto la pobreza de ciertos lugares en los que yo he estado…
—Me enfadaría y lo odiaría, nunca he podido soportar darme cuenta de que no puedo hacer nada por arreglar las cosas. Aunque donara todo mi dinero, seguiría habiendo pobreza en el mundo. Es triste pero es así.
—Sí —aceptó ella—, supongo que sí.
—Yo hago lo que puedo por ayudar. Participar en obras benéficas es una de mis principales obligaciones. También lo es la política, por supuesto, y la gente que habita en mis tierras. Y todo ello debo hacerlo bajo constante escrutinio de mi persona a la vez que lucho por mantener mi privacidad.
—Esta mañana, cuando he estado en el pueblo, he conocido a la esposa y a las hijas de sir Edward. Estaban hablando sobre usted con la señora Bennington, todas piensan que es un hombre muy reservado.
Él se sintió incómodo al pensar en todo lo que habrían dicho de él. La enfermedad y la muerte de su padre eran uno de los temas preferidos de conversación y no dejaban de generar todo tipo de chismes y especulaciones.
—Dudo que sólo le hayan dicho eso, señorita Wade.
—No me han dicho nada más y no ha habido ni una pizca de maldad en sus palabras.
Tom se rió sin ganas.
—Entonces, habrá sido una conversación muy corta.
La miró y se dio cuenta de que ella había dejado de cortar queso. Lo estaba mirando seria… Su expresión no era distinta de la de otras ocasiones, pero esta vez percibía un aire de tristeza y censura en sus ojos.
—No me gustan los chismes, señorita Wade —se sintió obligado a explicar—. No me gusta que mi vida o la de mi familia sean tema de conversación. Me esfuerzo mucho por no dar ningún motivo para que hablen de mí.
—Y aun así, usted me acusa a mí de ser reservada y misteriosa, de no contar nunca nada sobre mi persona. Quizá, a pesar de nuestras diferencias, no seamos tan distintos. —Dijo esas palabras como si ella misma no las creyera.
—No, supongo que no.
—Pero puede estar tranquilo, todos los chismes que me contaron sobre usted son inofensivos. Le describieron como un hombre extremadamente guapo, amable y considerado. Las únicas críticas que le hicieron las hijas de sir Edward fueron que no celebra suficientes fiestas, que nunca asiste a las que tienen lugar en Wychwood y que quizá es un poco intimidante. Las dos coincidieron en que si usted les dirigiera alguna vez la palabra en uno de sus paseos o las sacara a bailar en una fiesta, se desmayarían al instante.
—Me alegra saber que causo ese efecto en las damas. Al fin y al cabo, lograr que una damisela se desmaye es una de las muchas obligaciones que tiene un duque.
—¿No cree que su adoración es algo digno de agradecimiento?
El reproche que sintió en su fría voz hizo que volviera a ponerse a la defensiva.
—Ni siquiera me conocen. Mi título, mi riqueza y quizá mi aspecto físico son todo lo que ven, y han construido una fantasía a su alrededor, una fantasía que no existe.
___________ se mordió el labio, como si tratara de no decir lo que estaba pensando. Apartó la mirada de la de él y dijo:
—Tal vez sea una fantasía, pero es totalmente inofensiva.
Tom se dio cuenta de que eso no era lo que había querido decir en realidad y esperó a que se decidiera a continuar, pero no lo hizo. Miró al infinito y observó cómo la luz del otoño empezaba a iluminar sus tierras.
—Tiene razón. Lo admito sinceramente. Sus halagos son inofensivos y un verdadero honor para mí. —Volvió a mirar a la mujer que tenía a su lado—. Debería recordarlo.
—Sí —contestó ella devolviéndole la mirada—, debería hacerlo.
—¿Por qué será que cuando estoy con usted, señorita Wade, no me siento tan arrogante como usted me acusa de ser? —Le sonrió—. Más bien todo lo contrario. Con usted siempre tengo la sensación de que me está poniendo en mi lugar.
—No tenía ni idea de que mis comentarios hicieran tal cosa.
—Pues lo hacen, y estoy empezando a valorar su opinión. Por favor, no crea que mi falta de entusiasmo ante los cumplidos de las hijas de sir Edward se deba a que soy un engreído. Pero en ocasiones mi título supone una gran carga, y esas niñas no pueden entender lo complicado que resulta a veces.
—Entiendo lo que quiere decir —afirmó ella bajando la vista hacia el cuchillo que tenía en la mano—, pero debe reconocer que es normal que mucha gente envidie sus privilegios.
—Le aseguro que yo nunca he dado por merecida mi posición. Siempre he sabido valorar lo afortunado que soy al haber nacido con esos privilegios y con todas las comodidades y riquezas que ello conlleva.
—Es mucho más que eso —contestó ella con pasión—. Usted tiene un lugar en el mundo, y saber eso es algo muy reconfortante.
___________ no se movió, pero él notó la intensidad con la que lo miraba. Un mes atrás, él habría tomado su pasividad como un signo de insensibilidad, pero ahora sabía que no había nada más lejos de la realidad. La manera en que apretaba el cuchillo, tan fuerte que los nudillos empezaban a ponérsele blancos, demostraba que, bajo la superficie, se escondía una gran pasión.
—No tiene ni idea de lo que se siente al no pertenecer a ningún sitio —prosiguió ella con un hilo de voz—. No tener raíces que le aten a ningún lugar o que te den sentido. Eso es lo que yo más envidio de usted.
—Es comprensible sentirse sin raíces si no se tiene un hogar. —Él vio que ella empezaba a temblar y con la mano le levantó la barbilla. Aunque llevara las gafas quería verle los ojos—. Seguro que algún día encontrará su sitio, señorita Wade. Todo el mundo lo hace tarde o temprano.
—Eso espero, señoría.
Él le acarició el labio con la yema de los dedos.
—Dígame —dijo antes de poder reflexionar—. ¿Cómo una mujer que ha vivido tanto tiempo en el desierto tiene una piel tan suave como el terciopelo?
Ella separó los labios bajo sus dedos.
—Yo… —Se paró, tomó aliento y lo exhaló despacio contra su mano—. Siempre trabajaba protegida por una tienda.
—¿Ah sí? —Él dibujó el contorno de su boca. Era tan suave y cálida.
—Sí, y solía llevar sombrero y… un velo.
Su sangre fría era admirable. Sólo el leve temblor de su mandíbula le indicaba a Tom que aquellas caricias la afectaban tanto como a él. Ella también sentía pasión. ¿Qué pasaría si todo ese sentimiento saliera a la superficie?
—¿Sabe? —susurró él mientras con los dedos recorría su mandíbula—, nadie me llama por mi nombre. Casi todo el mundo se dirige a mí como «señoría» o Señor Kaulitz, pero sólo Viola me llama Tom. Incluso para mis amigos, que en realidad son muy pocos, mi rango es siempre un obstáculo. Ni siquiera ellos me llaman por mi nombre.
Él tocó un pequeño lunar que ella tenía en la mejilla y ella levantó la mano como si quisiera apartar la caricia, pero no lo hizo.
Qué haría falta, se preguntó, para que ella bajara la guardia. Él siempre se había creído el rey del autocontrol, pero ella le daba mil vueltas.
—Si fuéramos amigos, señorita Wade, ¿me llamaría Tom?
Entonces ella giró la cara.
—No creo que fuera apropiado. Yo… preferiría no hacerlo.
Él se le acercó. Si la besaba, quizá la presa se rompería o se resquebrajaría y toda aquella pasión saldría a la superficie. Le tocó la mejilla y la obligó a volver la cara de nuevo hacia él.
—¿Usted quiere que seamos amigos, señoría? —preguntó ella.
—Sí, créame, realmente lo quiero. —Él podía sentir su deseo, le notaba los nervios a flor de piel y se le había acelerado la respiración. Acercó los labios a los suyos.
—¿Los amigos se aprovechan así de su condición?
Esas palabras le causaron más efecto que una bofetada.
Tom se detuvo a unos milímetros de su boca, con las manos aún acariciándole la nuca, la miró otra vez y retrocedió. Desde que era niño no había vuelto a sentir la agonía de la incertidumbre.
Él no tenía experiencia con vírgenes. A los dieciséis había escogido a su primera amante, y de eso hacía ya diez años. Habían pasado muchas cosas desde entonces, y había conocido íntimamente a diferentes mujeres, incluso a alguna cortesana. Pero ninguna de esas mujeres había sido virgen.
El deseo no va ligado a la experiencia y él podía sentir cómo __________ lo deseaba tanto como él a ella, pero ella trabajaba para él, y en ese momento parecía muy frágil y vulnerable. Si insistía, quizá ganara un beso, pero el honor, que primaba en la vida de Tom, le dictó lo contrario.
Respiró hondo, recurrió a la voluntad de hierro que desde pequeño le había permitido afrontar todos sus problemas, y soltó a ____________.
Se dijo a sí mismo que todo el incidente había sido inofensivo, que no había pasado nada. No había nada de malo en haberla acariciado, pero tenía que alejarse de la tentación, así que se apartó un poco y acabaron la comida cada uno sentado en una esquina del mantel.


CHICAS.... les subo este capi .. largooo porque no se cuando suba de nuevo jajaja ya que cuando puedo le quito el notebook a  mi prima jajajaja... asi que cuando pueda quitarselo de nuevo les vuelvo a subir... por lo menos no las dejare intrigada... pero para que no se desesperen mucho... les digo que parece que Tom se hira jajaj xd.. o puede que no jahahaja  Gracias a todas por desearme lindas vacaciones.. y no se preocupenb que aqui estoy descansando =)

PD: Ni idea porque todo sale con mayuscula.. pero espero entiendan bien.. ya que este blog.. no me deja subir bien ¬¬

Cuidence
Las Quiero
Bye =D