Mi Amor Platonico

Mi Amor Platonico
Y el amor roto, cuando vuelve a nacer, crece
más bello que el primero, más fuerte, más grande.


miércoles, 30 de enero de 2013

"CAPITULO 9"




Tom clavó la pala en el suelo con cuidado, sacando la tierra sin dañar los posibles tesoros que hubiera debajo de ella.

Él era probablemente el único noble de toda Inglaterra a quien de verdad le gustaba el trabajo físico, pensaba mientras apretaba su bota contra la pala para sacar otro montón de tierra húmeda. La gran mayoría de sus amistades se escandalizarían si le viesen ahora, cubierto de arena, sin camisa y con el cuerpo empapado de sudor.

Arrojó toda la palada de arena en la caja de madera que tenía a su lado y, al hacerlo, vio que la señorita Wade se acercaba, abriéndose camino entre los trabajadores y los muros medio descubiertos de la excavación. Se detuvo y se puso la camisa antes de que ella llegase.

—¿Podría hablar con usted un momento? —preguntó—. Es bastante importante.

—¿Pasa algo? —preguntó mientras se secaba el sudor de la frente con la manga de la camisa.

—No, es un asunto personal. ¿Podríamos hablar en privado?

Sus palabras le sorprendieron. Por un lado, la señorita Wade raramente decía más de dos palabras seguidas. Por otro, no podía imaginar que ella tuviera asuntos personales, y menos que quisiera comentarlos con él. Se le despertó la curiosidad, así que caminó con ella hacia la antika.

—¿Sobre qué desea hablar? —preguntó cuando ya estuvieron dentro.

—Yo… —empezó ella, para a continuación quedarse callada, mirando al frente, concentrada en la apertura de la camisa desabrochada del hombre, como si pudiera ver a través de él. La luz del sol que entraba por las ventanas se reflejaba en el cristal de sus gafas, impidiendo que él pudiera verle los ojos, y su actitud, como de costumbre, no desvelaba ni un ápice de lo que estaba pensando. Esperó.

El silenció se alargó. Impaciente por volver a su trabajo, Tom carraspeó logrando así captar su atención. Ella inspiró hondo, levantó la cara y dijo lo último que él esperaba oír.

—Renuncio a mi puesto.

—¿Qué? —Tom pensaba que no la había oído bien—. ¿Qué quiere decir?

—Que me voy. —Metió la mano en el bolsillo de su grueso delantal y de él sacó una hoja de papel doblada—. Aquí tiene mi carta de dimisión.

Él miró el papel perfectamente doblado que ella le ofrecía pero no se lo cogió. En lugar de eso, cruzó los brazos sobre el pecho y dijo lo único que se le ocurrió.

—No pienso aceptarla.

Una especie de consternación alteró la cara de ___________, un atisbo de emoción proveniente de la máquina. Tom estaba aún más impresionado.

—Pero no puede rechazarla —dijo ella frunciendo el ceño—. No puede.

—A no ser que el rey me diga lo contrario, puedo hacer todo lo que quiera —respondió, esperando sonar autoritario—. Al fin y al cabo, soy un duque.

Esa respuesta sólo la desconcertó un instante.

—¿Se supone que su importante rango debe impresionarme, señor? —le preguntó con voz calmada pero con un sorprendente aire de enfado que él nunca le había oído. Ella le acercó la carta de nuevo y, cuando él no la cogió, abrió la mano y dejó que el papel cayera al suelo.

»Señor, dimito de mi puesto. Me iré exactamente dentro de un mes a partir de hoy.

Se dio la vuelta para irse, pero la voz de él la detuvo.

—¿Puede saberse adónde irá? Si la han convencido para que trabaje en otra excavación…

—Estaré con lady Hammond en Enderby. Ella me presentará en sociedad y me ayudará a buscar a la familia de mi madre.

Aquello era tan ridículo entonces como lo había sido cuando su hermana se lo sugirió. Sólo faltaban siete meses para la inauguración del museo. Siete cortos meses en los que tenían mucho trabajo por hacer.

Maldito fuera el repentino interés de Viola por el romanticismo. Ella sabía lo importante que era para él la excavación, y también lo vital que era la destreza de la señorita Wade para que su proyecto fuera bien. No tenía intención de dejar que aquella confabulación llegara más lejos.

—Puedo entender su deseo de encontrar a su familia, señorita Wade, pero puede llevar a cabo sus investigaciones perfectamente desde aquí. Viola no hará nada que suponga que usted se vaya de aquí sin mi consentimiento. Me niego a dárselo, y así se lo comunicaré a ella.

Una sonrisa, que no se podría describir sino como triunfante, se dibujó en los labios de ella.

—Lady Hammond me dijo que lo único que tenía que hacer era hablar con usted y dimitir oficialmente de mi puesto dándole un mes para encontrarme un sustituto. —Señaló la carta que había en el suelo—: Ahora ya lo he hecho.

—¿Encontrarle un sustituto? Por Dios, mujer, ¡gente como usted no crece en los árboles! Usted sabe perfectamente que cualquiera que tenga sus conocimientos en restauración ya está comprometido en un proyecto con años de antelación, tardé tres años en encontrar a su padre. El museo abre dentro de siete meses, y usted sabe que la villa necesita como mínimo cinco años de trabajo. Es imposible sustituirla a estas alturas. Me he comprometido con el Club de Anticuarios a que el museo estaría abierto para la temporada de Londres, para así atraer el máximo interés posible. No retrasaré la inauguración porque a usted se le haya metido de repente en la cabeza que quiere ir a Londres a buscar un marido y a disfrutar de la frívola vida social. No puede irse hasta que el proyecto haya finalizado. Yo tengo obligaciones que cumplir, y he dado mi palabra.

—¡Usted, usted, usted! —gritó ella. Un estallido que impresionó a Tom. No sólo porque se atreviera a hablarle en ese tono, sino porque era la primera vez que la veía expresar alguna emoción.

»Puede que sea duque —prosiguió ___________—, pero no es el sol alrededor del cual el mundo gira. De hecho, es todo lo contrario. Es usted el hombre más egoísta que nunca he conocido, además de desconsiderado. Siempre da órdenes a sus sirvientes o empleados sin decir siquiera gracias ni por favor. No le importa nada lo que sienta la gente, es tan arrogante que cree que su rango le da permiso para comportarse de ese modo. Yo… —Se interrumpió y se abrazó a sí misma, para intentar controlar sus emociones. Debía hacerlo. Aquel torrente de inexplicables críticas era injustificable e imperdonable.

Él abrió la boca para reñirle por su arrebato, como lo haría con cualquier persona que estuviera a su servicio, pero ella habló antes de que pudiera hacerlo él.

—La pura verdad, señoría, es que usted no me gusta, y que no deseo seguir trabajando para usted ni un día más. Hable con lady Hammond si lo desea, pero yo me iré de aquí dentro de un mes, sin importarme si le prohíbe o no ayudarme.

Tom miró su espalda mientras ella salía de la antika sin decir nada más. No supo si seguirla o ir a pedirle explicaciones a Viola por haberle llenado la cabeza con esas tonterías. Al final, no hizo ninguna de las dos cosas.

En lugar de eso, se agachó y recogió del suelo la carta de dimisión de la señorita Wade. La abrió y leyó las dos líneas escritas con su perfecta y precisa caligrafía.

Al volver a doblar la carta, un recuerdo le vino a la mente, el del día en que ella llegó a Tremore Hall, hacía cinco meses. Hoy no había sido la primera vez que la señorita Wade le había sorprendido.

Durante mucho tiempo, él había querido excavar las ruinas romanas que había en su finca, y se había imaginado el museo que exhibiría sus hallazgos. Un lugar donde no sólo los ricos y privilegiados podrían conocer su historia, sino también todos los ciudadanos de Inglaterra, sin importar su clase social. No había nada así en Londres.

Sir Henry Wade era reconocido internacionalmente como el mejor restaurador y anticuario vivo del mundo, y Tom quería al mejor para su excavación. Tardó tres años en convencer a sir Henry de que aceptara trabajar para él. Mientras, se había visto obligado a contratar a otros, mucho menos capacitados y con menor pericia, pero había persistido hasta convencer a sir Henry de volver a Inglaterra y tomar las riendas de su proyecto.

Sin embargo, no fue a ese excepcional caballero a quien encontró esperando en la antesala del gran salón de Tremore Hall aquella tarde de marzo cinco meses atrás. De pie, entre las estatuas de bronce, las columnas de mármol verde y las lámparas de cristal de la antesala, encontró a una joven seria de cara redonda y gafas doradas, una mujer de la que su mayordomo le había dicho que era la hija de sir Henry Wade. Vestida con un viejo abrigo marrón de viaje, unas botas marrones de espeso cuero y un ancho sombrero de paja, con un sencillo baúl a sus pies, parecía tan seca como el desierto de Marruecos del que había llegado.

Con una suave y educada voz que no desprendía ningún sentimiento personal, le dijo que su padre había muerto y que ella estaba allí para ocupar el lugar de sir Henry y completar la excavación.

La inmediata negativa de él debería haberla hecho correr hacia la puerta, pero no lo hizo. Ignoró totalmente sus palabras como si no hubiera hablado en absoluto, y le habló en cambio de sus conocimientos y sus experiencias de un modo conciso, enumerando metódicamente todas las razones por las que él debería permitir que ella ocupara el puesto de su padre.

Cuando finalmente, utilizando su tono ducal más autoritario, él la interrumpió, y le dijo que había escogido a su padre porque quería el mejor restaurador disponible y que no tenía ninguna intención de contratarla a ella sin su padre, ___________ no discutió. No intentó apelar a su caballerosidad ni a su simpatía con ninguna historia enternecedora sobre lo mucho que necesitaba el trabajo. Sencillamente, parpadeó tras sus gafas y, mirándolo con una cara inescrutable, como un pequeño y solemne búho, contestó muy seria:

—Yo soy el mejor restaurador disponible.

Ella ignoró su risa incrédula y continuó.

—Soy la hija de sir Henry Wade y él era el mejor. A mí me enseño él, y ahora que él ha muerto, no hay nadie más cualificado que yo para este trabajo.

Él no tenía intenciones de contratarla, pero le quedaban pocas opciones. Para salir del paso, aceptó, y a fin de proteger su reputación, mandó que el señor y la señora Bennington dejaran su residencia en el campo y se instalaran en la casa. Así la señora Bennington actuaría como dama de compañía.

Durante los cinco meses que la señorita Wade llevaba allí, él había podido comprobar que ella no había exagerado. Sabía más sobre la antigua Roma y sus tesoros de lo que él podría nunca llegar a aprender. Era una excelente restauradora de mosaicos y sus frescos eran la perfección misma. Él quería al mejor, y tal como ella le había dicho sin ambages, lo tenía.

Tom salió de su ensimismamiento y arrugó la carta en su mano hasta convertirla en una bola. Hasta que el proyecto no estuviera finalizado, la señorita Wade no iría a ninguna parte. Si tenía al mejor restaurador, iba a encontrar el maldito modo de conservarlo.
 
 
CHICAS... ahora comienza el suplicio de Tom jajaj que hara Tom con tal de que TN se quede ???
Espero les guste el capi....
 
Las Quiero
Bye =)
 

3 comentarios:

  1. me dejaste muy intrigadaaaa ya quiero el proximo enserio me encantoo que tn sacara toda su personalidad.

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  2. Que hara Tom? Pedirle matrimoniooo?
    Hshahaha seria locazooo..

    Ahora si Tom te toca sufrir.. Siguelaa me encantaa la fic :D

    bye cuidate xD

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  3. jaja Tom ahora te toca a ti... ya quiero leer el proximo capitulo para ver que hara Tom para quedarse con su restauradora jaja me encantara cuando descubra como es Tn en realidad
    cuidate
    hasta luego

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