Mi Amor Platonico

Mi Amor Platonico
Y el amor roto, cuando vuelve a nacer, crece
más bello que el primero, más fuerte, más grande.


martes, 12 de marzo de 2013

"CAPITULO 32"




—No, no —dijo Elizabeth riendo—. Te has equivocado de lado. —La cogió por los hombros y la hizo girar.

—Tienes razón —admitió __________ entre carcajadas—. Me temo que nunca aprenderé estas dichosas cuadrillas —reconoció, y volvió a bailar intentando recordar los pasos que Tom le había enseñado. La música corría a cargo de tres violinistas y no de una caja de música. Elizabeth y no Tom era ahora su pareja de baile y las otras parejas ya no eran imaginarias. En esa sala había en total veintidós chicas intentando aprender los pasos de las danzas populares.

Gracias a Tom, ya no tenía miedo de tomar sus lecciones en una clase llena de gente. Ahora tenía suficiente autoestima como para poder reírse de sí misma si se equivocaba. Cuando tres semanas atrás le había confesado a Elizabeth que no conocía los bailes populares y que quería aprenderlos, ella insistió en asistir cada jueves por la mañana a esas clases.

—No te desanimes, __________ —le dijo lady Fitzhugh desde una de las sillas que había junto la pared—. Bailar bien requiere práctica. Anne y Elizabeth asisten a estas clases desde que cumplieron diez años. Lo estás haciendo muy bien, querida —la animó cuando volvió a girar hacia el lado equivocado.

—Es verdad —dijo Elizabeth mientras volvían a alinearse con las demás chicas para empezar un nuevo baile—. Para cuando vayas a Londres, ya lo harás bien. Bailas mejor de lo que te imaginas.

Tom le había dicho lo mismo, pero bailar con tanta gente alrededor aún le resultaba complicado, y hacía que sus carencias fueran más evidentes.

Pero no quería pensar en Tom, así que se obligó a entablar conversación.

—¿Así que os vais dentro de dos semanas? —le preguntó a Elizabeth mientras giraban ejecutando un moulinet.

—Sí. Tengo tantas ganas… Cuando llegues ¡nos lo pasaremos tan bien juntas!

___________ quería sentir el mismo entusiasmo que Elizabeth, pero no lo conseguía. Estaban bailando y ella intentaba concentrarse en contar los pasos, pero no podía dejar de añorarlo, él era su pareja de baile favorita.

Ya llevaba un mes fuera y aún no había anunciado su vuelta. A lo mejor no regresaba hasta que ella ya se hubiera ido. Por otra parte, cualquier día podían llegar noticias sobre su compromiso. Quizá nunca volviera a verlo. Tres meses atrás, la idea de irse de allí la llenaba de alegría, pero ahora sólo sentía melancolía.

Había intentado olvidar aquellos momentos entre los dos, pero no había podido. Había ocupado sus días con cantidades ingentes de trabajo, pasaba las tardes de los domingos y los jueves con la familia Fitzhugh, y Elizabeth le había ayudado a escoger un nuevo vestido en la tienda de la señora Avery. Trabajaba durante todo el día, pero Tom aparecía en su mente cada vez que cogía un artefacto, cada vez que bailaba, cada vez que caminaba bajo la lluvia.

A pesar de todos sus esfuerzos, no había podido seguir enfadada con él. En las doce semanas que habían pasado desde que ella le presentara su dimisión su orgullo se había recuperado del dolor infligido por la conversación oída. Y, mientras bailaban y flirteaban, había ido naciendo entre ambos una agradable camaradería. Él la había hecho sentir bella e interesante cada vez que le preguntaba por sus viajes o la tocaba. No sabía cómo, habían llegado a ser amigos. Pero tener un amigo que con un simple beso podía encender su cuerpo era algo muy peligroso. Especialmente si se trataba de un duque que iba a casarse con alguien llamado lady Sarah, una mujer que sin ninguna duda estaba destinada a ser duquesa.

 

 

Tom pasó horas sentado en su carruaje, mirando desde la distancia cómo la lluvia golpeaba los muros y las ventanas de la mansión Monforth, pero fue incapaz de ordenarle a su cochero que cruzara la verja. Se quedó allí, en el camino, escuchando cómo las gotas repicaban en el techo del carruaje aquella melancólica y fría tarde de diciembre.

Pensó en Sarah, en su increíble belleza, en su mercenario corazón y en su excelente preparación para cumplir con las obligaciones de una duquesa. Ella era absolutamente perfecta para el puesto, pero Dylan tenía razón, no era sensual en absoluto. Tom la había besado un par de veces y sabía que si sugiriera algo más atrevido sólo lograría que se desmayara y que le considerara un bárbaro. Pero por eso los hombres casados, igual que los solteros, tenían amantes.

Pensó brevemente en Marguerite. No la había visitado ni una sola vez durante todo el tiempo que había estado en la ciudad y ni él mismo podía entender por qué. Todo su cuerpo ardía con un deseo desesperado e incontrolado.

Pensó en sus responsabilidades. Tenía que concertar un buen matrimonio para poder asegurar el futuro de su título. Tener descendencia era una de sus principales obligaciones y ya la había pospuesto demasiado tiempo.

Pensó en el poder que tendrían sus hijos si su madre era la hija de un marqués. En esa unión, ambos saldrían ganando, y estaba convencido de que Sarah aceptaría encantada. Tan pronto como tuviera las esmeraldas de Tremore alrededor del cuello estaría dispuesta a pronunciar los sagrados votos. Era exactamente el tipo de esposa que necesitaba un duque, y era el tipo de mujer que nunca conquistaría su alma.

Allí sentado, viendo cómo el atardecer envolvía la mansión Monforth, sintió el peso de las obligaciones de su rango como nunca antes lo había sentido. Escuchó el repicar de las gotas contra la cubierta y se dio cuenta de que seguía sin saber por qué a alguien podía hacerle feliz caminar bajo la lluvia, aunque fuera en una cálida tarde de agosto.

Se había hecho de noche. Tom ordenó a su cochero que diera la vuelta y regresara a Londres, y ni él mismo entendió por qué lo hacía.
 
 
 
Cuando Tom se fue, ___________ se juró que no contaría los días desde su partida, y lo cumplió. No corría a mirar por la ventana de la antika cada vez que oía que se acercaba un carruaje. No le preguntó al señor Bennington si sabía cuándo iba a volver. No volvió a acercarse al ala norte ni a pasear por el invernadero.
Pero nada de eso pudo evitar que lo echara de menos, que echara de menos sus peleas verbales, sus bailes a medianoche, sus negociaciones y sus besos. Ella se repetía constantemente que eso no le hacía ningún bien, ya que tanto si él volvía como si no, ella iba a marcharse, intentaba recordar una y otra vez todas las palabras desagradables que él había dicho sobre ella con la esperanza de que eso la curara de la añoranza, pero tampoco funcionó. Ese recuerdo había dejado de dolerle.
Decidida a no echarle de menos, ___________ se centró en su trabajo. El almacén de la antika aún estaba lleno de piezas por restaurar; luego, pasaba dos tardes a la semana con la familia Fitzhugh, y ocupaba el resto del tiempo leyendo todo lo que encontraba sobre política inglesa, moda o nobleza. Incluso llegó a leer un libro que encontró en la librería del pueblo sobre cómo prepararse para ser una buena institutriz. Lo único que __________ evitaba con todas sus fuerzas eran las revistas de sociedad. No quería leer las especulaciones que en ellas habría sobre Tom y su futura prometida.
Siguiendo las instrucciones de Tom, el encargado de los establos le enseñó a montar a caballo. Dada su experiencia con los camellos, sólo fueron necesarios un par de días para que se sintiera cómoda en la silla de montar, aunque seguía pensando que era un invento totalmente ridículo.
Cuando llegaron las vacaciones el señor y la señora Bennington se fueron a pasar las navidades a casa de su sobrino, en Wiltshire, y lady Fitzhugh invitó a ___________ a Long Meadows. Ella aceptó encantada y escribió a Viola para informarle, de que se quedaría unos días más en Hampshire, __________ nunca había celebrado la Navidad en Inglaterra y tenía muchas ganas de comparar esas fiestas con los Fitzhugh. En aquellos últimos meses había cogido mucho cariño a esa familia y ellos la trataban como si fuera un miembro más.
En su primera cena de Navidad inglesa, _________ comió los platos más exóticos que había visto en su vida, aunque para sus anfitriones eran de lo más corrientes. El cochinillo asado no acabó de gustarle, pero le encantó el pudín de ciruelas.
Los Bennington regresaron a Tremore Hall para despedirse de ella y le desearon lo mejor en su nueva aventura. El día cinco de enero, el señor Cox le pagó la prima de quinientas libras. Ya no había nada que la retuviera en Hampshire.
CHICAS... aqui esta el capi y como ven TN ya termino sus días de trabajo y parece que no vera a Tom =( .. tendran  que esperar....
 
espero les guste...
Las Quiero
Bye =)

1 comentario:

  1. O.o ya se cumplioo!! El plazo..
    Ay Dios!! Que va a pasar obvio (tn) se ira no? Pero y cuando regrese Tom!!

    Siguelaa te lo suplico Tamitha.. Prontoo muy prontoo!!

    Bye cuidate :D

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