—Yo no pienso en usted como en un
sirviente.
Ella se sobresaltó un poco y se
apartó.
—¿Que hace exactamente un lacayo
de caballerizas? —preguntó ella en un intento desesperado de volver a mantener
una conversación normal—. Me temo que sé muy poco sobre caballos. Aunque soy
una experta montando camellos, soy una pésima amazona.
Él podría haber seguido
tocándola, pero reconoció su intento de huir de la situación y apartó la mano.
—¿Camellos?
—Así es —afirmó varias veces
moviendo la cabeza. Tenía el lápiz fuertemente apretado entre los dedos y
seguía dibujando—. Los camellos son unos animales complicados, difíciles de
cabalgar, y además escupen.
—Me cuesta imaginar que pudiera
montar un camello, señorita Wade. —Él vio cómo sus pies descalzos volvían a
asomar por el bajo de la falda y el deseo volvió a golpearle con fuerza—. Yo
nunca sería capaz de hacerlo.
—Bueno —dijo ella tímida—, mejor
así.
—Sí,
estoy de acuerdo. —Tom se obligó a apartar la vista de aquellos pies—. ¿Le
gustaría aprender a montar a caballo?
Ella seguía dibujando sin mirarle
a la cara.
—¿Y cuánto tiempo más tendría que
quedarme a cambio de esas clases de hípica?
En ese momento, no era tiempo
exactamente lo que él quería a cambio, sino algo más seductor y mucho menos honorable.
—¿Un mes?
—Gracias, pero no —respondió ella
riéndose a carcajadas.
—Cabalgar por el Row está muy de
moda —dijo él en un intento de atraer su atención.
Funcionó, porque ella levantó la
vista y preguntó:
—¿El Row? ¿Qué es eso?
—El Rotten Row es un paseo de
arena que hay en Hyde Park, y en donde se da cita la gente de sociedad a partir
de las doce del mediodía para verse y cabalgar juntos.
—Rotten Row. ¡Vaya nombre!
—Cabalgar por el Row es un
excelente modo de impresionar a un caballero o a una joven dama. Pasear a
caballo durante la temporada le proporcionará muchas ocasiones de conocer a
potenciales maridos. Así que se dará cuenta de lo necesario que es para usted
aprender a cabalgar.
Ella mordisqueó el lápiz
considerando sus palabras.
—No creo que un mes sea un
intercambio justo —dijo finalmente—. Al fin y al cabo, si sé montar en camello,
un caballo no será tan difícil.
—Estoy dispuesto a negociar. ¿Qué
le parecería justo?
—Como ya le he dicho, los
camellos son unos animales complicados así que creo que un día de práctica será
suficiente para aprender a dominar un caballo.
Una imagen de ella luciendo
ajustados pantalones y montando en camello se le cruzó por la mente y decidió
arriesgarse con su siguiente pregunta.
—¿Y cuando montaba a camello
utilizaba silla de montar?
Ahora sí que la tenía atrapada.
—No había pensado en eso
—parpadeó sorprendida.
—Tal como le dije antes, soy
sincero cuando digo que quiero ayudarla. —Aunque si era sincero tenía que
admitir que había jóvenes damas que, por no saber o por preferencia, no
montaban a caballo, pero ni loco iba a confesárselo a la señorita Wade. Después
de todo, ocultar información no era lo mismo que mentir—. Una joven dama tiene
que saber montar en silla. Eso es preceptivo.
—Está bien. A cambio de las
clases de hípica y de enseñarme a montar correctamente en silla, le daré dos
días.
—¿Dos días? Una semana.
—Dos días, hasta el veintitrés de
diciembre. —Y entrecerró amenazante sus ojos color lavanda.
Él fingió pensarlo un poco, pero
sabía que no tenía más remedio que aceptar.
—De acuerdo —respondió, y se
incorporó estirando las piernas—, ¿Va a darme algo de su delicioso picnic?
—preguntó señalando la cesta.
—Por supuesto. —____________ dejó
el cuaderno de dibujo y el lápiz y se sentó con las piernas cruzadas bajo la
falda, escondiendo los pies que tanto habían atormentado a Tom.
Colocó la cesta en medio de los
dos y la abrió. Él observó cómo ella disponía sobre el mantel toda la comida,
que consistía en pollo asado, manzanas, queso, pan y mantequilla.
—¿No ha traído vino? —preguntó
él—. En un picnic que se precie siempre se sirve vino, señorita Wade.
—No exactamente. —Sacó de la
cesta una botella de sidra y un vaso—. Si celebrásemos nuestro picnic en
Palestina —añadió, mientras se servía—, no habría vino.
—Ni sidra.
—Cierto. —Y le ofreció la botella
medio vacía.
Él se quedó mirándola pero no
hizo ningún gesto de cogerla.
—Ojalá estuviéramos en Palestina
—dijo de golpe.
—¿De verdad? ¿Por qué?
—Me encantaría conocer todos los
lugares en los que usted ha estado. Egipto, Siria, Marruecos. —Sólo con
pronunciar esos nombres sentía cómo crecían en él las ansias de visitar esos
parajes—. Dios, cómo la envidio —confesó asombrado de estar diciéndolo en voz
alta.
Ella se sorprendió tanto como él
y ya no pudo dejar de mirarle.
—¿Usted me envidia?
—Sí. —Él se inclinó un poco y
aceptó la botella que ella aún tenía en la mano—. Usted ha montado en camello,
ha vivido en tiendas, rodeada de ruinas romanas, y ha participado en
excavaciones a lo largo de todo el Mediterráneo. Con esa vida tan romántica y
aventurera, ¿es tan difícil de creer que la envidio?
—Sí, lo es —dijo ella sonriendo y
señalando la grandeza que los rodeaba—. Usted es un duque. Tiene todo lo que la
vida puede ofrecer.
—Eso parece. —Bebió un poco de
sidra y dejó la botella en la hierba, al lado del mantel. Se recostó y miró el
paisaje que se erguía tras ella—. Pero hay una cosa que usted tiene, y que yo
nunca poseeré, y que es lo que más deseo en el mundo.
—¿Qué es?
—Libertad.
Ella negó con la cabeza sin
comprenderle y cogió pan y un poco de queso.
—Usted tiene dinero, tiene poder.
Si se tiene eso, todo lo demás se puede conseguir.
—Quizá así lo parezca, pero no es
cierto. Tengo todo a mi alcance para hacer lo que quiera, pero nunca puedo
hacerlo.
—No le entiendo.
Él la miró directamente a los
ojos.
—Mi padre murió cuando yo tenía
doce años y entonces me convertí en el duque de Tremore. Mi tío actuó como mi
tutor y se ocupó del cargo hasta que cumplí los dieciséis, pero desde la muerte
de mi padre he tenido esa responsabilidad. Era yo quien tomaba las decisiones y
era yo quien le decía a mi tío lo que debía hacer, y no al revés.
—¿Con doce años? Pero si sólo era
un niño.
—Toda mi vida he sabido lo que
implicaba ser duque, y que algún día debía hacerme cargo de esas obligaciones.
Incluso cuando tenía sólo doce años podía entender las responsabilidades que
conlleva tener poder. Quizá habría podido escoger el camino fácil y dedicarme a
viajar y a despilfarrar, pero siempre he pensado que lo más importante, lo que
merecía toda mi atención, eran mis tierras. Nunca hice el Grand Tour. Nunca he
salido de Inglaterra. —Le sonrió levemente—. Así que me veo obligado a ser un
viajero de biblioteca. Nunca podré visitar Roma ni otros lugares fascinantes
que hay en el mundo.
—Pero ¿por qué no? —preguntó ella
mientras cortaba una rebanada de pan—. Si de verdad quiere hacerlo, seguro que
puede permitirse viajar durante unos meses.
—Nunca es el momento adecuado
para ello. Ser duque conlleva muchos deberes y obligaciones, señorita Wade. Y
yo me tomo muy en serio mis responsabilidades.
—¡Y usted dice que yo soy
demasiado estricta conmigo misma!
Él le dio la razón asintiendo con
la cabeza.
—Seguramente es algo que se nos
puede aplicar a ambos. La excavación es el único capricho que me permito.
Ella dejó de cortar pan.
—Ahora entiendo por qué es tan
importante para usted —dijo en voz baja—. Es su Grand Tour.
___________ dejó las rebanadas de
pan que había cortado a un lado y devolvió la barra a la cesta. Entonces cogió
el queso.
—Cuénteme más sobre los deberes
de un duque —le pidió, y empezó a cortar el Cheddar.
—No es nada romántico, se lo
aseguro, puede ser como una prisión —respondió él—, pero también puede ser
fantástico. La mayor parte del tiempo es tedioso, trivial y muy aburrido,
aunque también tiene sus compensaciones: riqueza, poder y prestigio.
—E influencia. Piense en todas
las cosas buenas que puede hacer con ese dinero. Si hubiera visto la pobreza de
ciertos lugares en los que yo he estado…
—Me enfadaría y lo odiaría, nunca
he podido soportar darme cuenta de que no puedo hacer nada por arreglar las
cosas. Aunque donara todo mi dinero, seguiría habiendo pobreza en el mundo. Es
triste pero es así.
—Sí —aceptó ella—, supongo que
sí.
—Yo hago lo que puedo por ayudar.
Participar en obras benéficas es una de mis principales obligaciones. También
lo es la política, por supuesto, y la gente que habita en mis tierras. Y todo
ello debo hacerlo bajo constante escrutinio de mi persona a la vez que lucho
por mantener mi privacidad.
—Esta mañana, cuando he estado en
el pueblo, he conocido a la esposa y a las hijas de sir Edward. Estaban
hablando sobre usted con la señora Bennington, todas piensan que es un hombre
muy reservado.
Él se sintió incómodo al pensar
en todo lo que habrían dicho de él. La enfermedad y la muerte de su padre eran
uno de los temas preferidos de conversación y no dejaban de generar todo tipo
de chismes y especulaciones.
—Dudo que sólo le hayan dicho
eso, señorita Wade.
—No me han dicho nada más y no ha
habido ni una pizca de maldad en sus palabras.
Tom se rió sin ganas.
—Entonces, habrá sido una
conversación muy corta.
La miró y se dio cuenta de que
ella había dejado de cortar queso. Lo estaba mirando seria… Su expresión no era
distinta de la de otras ocasiones, pero esta vez percibía un aire de tristeza y
censura en sus ojos.
—No me gustan los chismes,
señorita Wade —se sintió obligado a explicar—. No me gusta que mi vida o la de
mi familia sean tema de conversación. Me esfuerzo mucho por no dar ningún
motivo para que hablen de mí.
—Y aun así, usted me acusa a mí
de ser reservada y misteriosa, de no contar nunca nada sobre mi persona. Quizá,
a pesar de nuestras diferencias, no seamos tan distintos. —Dijo esas palabras
como si ella misma no las creyera.
—No, supongo que no.
—Pero puede estar tranquilo,
todos los chismes que me contaron sobre usted son inofensivos. Le describieron
como un hombre extremadamente guapo, amable y considerado. Las únicas críticas
que le hicieron las hijas de sir Edward fueron que no celebra suficientes
fiestas, que nunca asiste a las que tienen lugar en Wychwood y que quizá es un
poco intimidante. Las dos coincidieron en que si usted les dirigiera alguna vez
la palabra en uno de sus paseos o las sacara a bailar en una fiesta, se
desmayarían al instante.
—Me alegra saber que causo ese
efecto en las damas. Al fin y al cabo, lograr que una damisela se desmaye es
una de las muchas obligaciones que tiene un duque.
—¿No cree que su adoración es
algo digno de agradecimiento?
El reproche que sintió en su fría
voz hizo que volviera a ponerse a la defensiva.
—Ni siquiera me conocen. Mi
título, mi riqueza y quizá mi aspecto físico son todo lo que ven, y han
construido una fantasía a su alrededor, una fantasía que no existe.
___________ se mordió el labio,
como si tratara de no decir lo que estaba pensando. Apartó la mirada de la de
él y dijo:
—Tal vez sea una fantasía, pero
es totalmente inofensiva.
Tom se dio cuenta de que eso no
era lo que había querido decir en realidad y esperó a que se decidiera a
continuar, pero no lo hizo. Miró al infinito y observó cómo la luz del otoño
empezaba a iluminar sus tierras.
—Tiene razón. Lo admito
sinceramente. Sus halagos son inofensivos y un verdadero honor para mí. —Volvió
a mirar a la mujer que tenía a su lado—. Debería recordarlo.
—Sí —contestó ella devolviéndole
la mirada—, debería hacerlo.
—¿Por qué será que cuando estoy
con usted, señorita Wade, no me siento tan arrogante como usted me acusa de ser?
—Le sonrió—. Más bien todo lo contrario. Con usted siempre tengo la sensación
de que me está poniendo en mi lugar.
—No tenía ni idea de que mis
comentarios hicieran tal cosa.
—Pues lo hacen, y estoy empezando
a valorar su opinión. Por favor, no crea que mi falta de entusiasmo ante los
cumplidos de las hijas de sir Edward se deba a que soy un engreído. Pero en
ocasiones mi título supone una gran carga, y esas niñas no pueden entender lo
complicado que resulta a veces.
—Entiendo lo que quiere decir —afirmó
ella bajando la vista hacia el cuchillo que tenía en la mano—, pero debe
reconocer que es normal que mucha gente envidie sus privilegios.
—Le aseguro que yo nunca he dado
por merecida mi posición. Siempre he sabido valorar lo afortunado que soy al
haber nacido con esos privilegios y con todas las comodidades y riquezas que
ello conlleva.
—Es mucho más que eso —contestó
ella con pasión—. Usted tiene un lugar en el mundo, y saber eso es algo muy
reconfortante.
___________ no se movió, pero él
notó la intensidad con la que lo miraba. Un mes atrás, él habría tomado su
pasividad como un signo de insensibilidad, pero ahora sabía que no había nada
más lejos de la realidad. La manera en que apretaba el cuchillo, tan fuerte que
los nudillos empezaban a ponérsele blancos, demostraba que, bajo la superficie,
se escondía una gran pasión.
—No tiene ni idea de lo que se
siente al no pertenecer a ningún sitio —prosiguió ella con un hilo de voz—. No
tener raíces que le aten a ningún lugar o que te den sentido. Eso es lo que yo
más envidio de usted.
—Es comprensible sentirse sin
raíces si no se tiene un hogar. —Él vio que ella empezaba a temblar y con la
mano le levantó la barbilla. Aunque llevara las gafas quería verle los ojos—.
Seguro que algún día encontrará su sitio, señorita Wade. Todo el mundo lo hace
tarde o temprano.
—Eso espero, señoría.
Él le acarició el labio con la
yema de los dedos.
—Dígame —dijo antes de poder
reflexionar—. ¿Cómo una mujer que ha vivido tanto tiempo en el desierto tiene
una piel tan suave como el terciopelo?
Ella separó los labios bajo sus
dedos.
—Yo… —Se paró, tomó aliento y lo
exhaló despacio contra su mano—. Siempre trabajaba protegida por una tienda.
—¿Ah sí? —Él dibujó el contorno
de su boca. Era tan suave y cálida.
—Sí, y solía llevar sombrero y…
un velo.
Su sangre fría era admirable.
Sólo el leve temblor de su mandíbula le indicaba a Tom que aquellas caricias la
afectaban tanto como a él. Ella también sentía pasión. ¿Qué pasaría si todo ese
sentimiento saliera a la superficie?
—¿Sabe? —susurró él mientras con
los dedos recorría su mandíbula—, nadie me llama por mi nombre. Casi todo el
mundo se dirige a mí como «señoría» o Señor Kaulitz, pero sólo Viola me llama Tom.
Incluso para mis amigos, que en realidad son muy pocos, mi rango es siempre un
obstáculo. Ni siquiera ellos me llaman por mi nombre.
Él tocó un pequeño lunar que ella
tenía en la mejilla y ella levantó la mano como si quisiera apartar la caricia,
pero no lo hizo.
Qué haría falta, se preguntó,
para que ella bajara la guardia. Él siempre se había creído el rey del
autocontrol, pero ella le daba mil vueltas.
—Si fuéramos amigos, señorita
Wade, ¿me llamaría Tom?
Entonces ella giró la cara.
—No creo que fuera apropiado. Yo…
preferiría no hacerlo.
Él se le acercó. Si la besaba,
quizá la presa se rompería o se resquebrajaría y toda aquella pasión saldría a
la superficie. Le tocó la mejilla y la obligó a volver la cara de nuevo hacia
él.
—¿Usted quiere que seamos amigos,
señoría? —preguntó ella.
—Sí, créame, realmente lo quiero.
—Él podía sentir su deseo, le notaba los nervios a flor de piel y se le había
acelerado la respiración. Acercó los labios a los suyos.
—¿Los amigos se aprovechan así de
su condición?
Esas palabras le causaron más
efecto que una bofetada.
Tom se detuvo a unos milímetros
de su boca, con las manos aún acariciándole la nuca, la miró otra vez y
retrocedió. Desde que era niño no había vuelto a sentir la agonía de la
incertidumbre.
Él no tenía experiencia con
vírgenes. A los dieciséis había escogido a su primera amante, y de eso hacía ya
diez años. Habían pasado muchas cosas desde entonces, y había conocido íntimamente
a diferentes mujeres, incluso a alguna cortesana. Pero ninguna de esas mujeres
había sido virgen.
El deseo no va ligado a la
experiencia y él podía sentir cómo __________ lo deseaba tanto como él a ella,
pero ella trabajaba para él, y en ese momento parecía muy frágil y vulnerable. Si insistía, quizá
ganara un beso, pero el honor, que primaba en la vida de Tom, le dictó lo
contrario.
Respiró hondo, recurrió a la
voluntad de hierro que desde pequeño le había permitido afrontar todos sus
problemas, y soltó a ____________.
Se dijo a sí mismo que todo el
incidente había sido inofensivo, que no había pasado nada. No había nada de
malo en haberla acariciado, pero tenía que alejarse de la tentación, así que se
apartó un poco y acabaron la comida cada uno sentado en una esquina del mantel.
CHICAS.... les subo este capi .. largooo porque no se cuando suba de nuevo jajaja ya que cuando puedo le quito el notebook a mi prima jajajaja... asi que cuando pueda quitarselo de nuevo les vuelvo a subir... por lo menos no las dejare intrigada... pero para que no se desesperen mucho... les digo que parece que Tom se hira jajaj xd.. o puede que no jahahaja Gracias a todas por desearme lindas vacaciones.. y no se preocupenb que aqui estoy descansando =)
PD: Ni idea porque todo sale con mayuscula.. pero espero entiendan bien.. ya que este blog.. no me deja subir bien ¬¬
Cuidence
Las Quiero
Bye =D
Awwww ua estaba emocionadaaa!! Yo creii q si la besaba ..
ResponderEliminarAy no como q Tom se va? Noo puede ser..
Siguelaa prontooo.. Esta hermosa la fic :D
Bye cuidate
casi la besa!!! estuvo tan cerca... fue muy emocionante, pero a donde se va Tom?? no, que no se vaya...
ResponderEliminarsube pronto amo la historia
:)